El cine histórico siempre ha reportado grandes beneficios a la cinematografía española, ya que argumentalmente, tenemos uno de los trasiegos históricos más importantes de la historia de la humanidad. El gran problema, es que olvidados –gracias a Dios- los decorados de cartón-piedra y los trajes de opereta, las empresas de este tipo de filmes suelen ser caras, cuando no imposibles; basten los botones de muestra de “El dorado” de Carlos Saura o “1492: la conquista del Paraíso” de Ridley Scott para percatarse del riesgo comercial de un género quizás rentable en otros mercados –como el norteamericano, donde han explotado hasta dejar exhaustos a todos los espectadores del mundo sus casi doscientos años de historia-, pero muy peligroso para el español.
Lo más interesante del film que nos ocupa, amén de la innegable calidad del mismo, dirigido con fuerza y pulso, es la recuperación de dicho género: Aranda siempre ha sido un evangelista “apócrifo” de la historia de nuestro país, y la inquieta y lúcida mirada del realizador catalán ha revisado páginas tan importantes de nuestra historia como la vida de Eleuterio Sánchez “El Lute”, la situación originada por la Guerra Civil Española –“Tiempo de Silencio”, “El crimen del capitán Sánchez”, “Amantes”-, la España contemporánea –“El amante bilingüe”, “La pasión Turca”, “Cambio de sexo”- o la situación del más puro “Thriller” en nuestra geografía y sociedad –“Fanny Pelopaja” o “Asesinato en el Comité Central”-. Una prolija obra llena de matices, grandezas y miserias, que denotan la incuestionable sapiencia de un director capaz de sacar lo mejor de sus actores y de sus historias. Y en esta ocasión ha realizado lo propio con la televisiva Pilar López de Ayala, convirtiéndola en la desquiciada Juana de Castilla, celosa de su hermoso marido Felipe, archiduque de Austria, y heredera de la corona española. Tenemos que recordar que fue el mismo Aranda quien descubrió allá en 1979 a una pizpireta chica salida del programa televisivo “Un, dos, tres” y la convirtió en estrella; nos referimos a Victoria Abril. Ahora ha encontrado a otra que ha tenido quizás un comienzo aún más rutilante, ganando el premio a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián.
Su versión de “Locura de Amor” es sin duda la más seria y la más rigurosa. Aunque la visión de Juan de Orduña, ayudada por una radiante Aurora Bautista, era excelente, ahora Aranda compone una obra verdaderamente monumental, con una producción digna de la primera división de Hollywood, y aunque tiene algunos fallos narrativos –como el innecesario empleo de la “voz en off” en algunos momentos, y la desigualdad en la cadencia rítmica del montaje –así como en la elección de algunos actores algo inexpresivos, como el italiano que da vida a Felipe el Hermoso-, el resultado es una magnífica cinta que se mueve en el claroscuro de las mayores pasiones humanas capaces de elevar o hundir a cualquier ser en la más salvaje locura.