Con gran lirismo y un reparto impresionante –donde brillan el propio Norton y un Paul Giamatti realmente magnífico- esta película cuenta la historia de un mago, Einsenheim, que obra los prodigios más increíbles en el marco de la Viena de principios del siglo XX. La historia además es un pretexto excelente para mostrar el caduco orden social en el que plebeyos y nobles no podían mezclarse, ya que el prodigioso ilusionista está secretamente enamorado desde la niñez de una mujer de alta alcurnia cuyo estatus le impide mantener una relación con un hombre del pueblo.
Aunque los trucos de magia son fascinantes, lo mejor del film es la poderosa historia de amor que tienen ambos protagonistas, y que les lleva al límite a ambos. Excelente también es la factura del film, con una iluminación esplendorosa –recreando todos los ambientes, desde el lóbrego estudio del mago hasta la suntuosidad del palacio del heredero al Imperio- y una banda sonora de Philip Glass que te envuelve hipnóticamente, al igual que los trucos del prestidigitador. Pero olvidándonos de las zarandajas, lo verdaderamente importante de la película es la reflexión sobre el amor, la lógica y la sociedad, planteado con gran inteligencia y sensibilidad, arropado todo ello con una fastuosa producción y geniales interpretaciones -aunque se noten las trampas en el guión y la resolución sea algo previsible-.