La tradición del “timo” cinematográfico –y no nos referimos a lo que perpetran algunos directores y productores, sino a los argumentos- ha sido una de las que más partido han sacado a los guiones bien escritos y a la interpretación de los actores, crípticos hasta el punto de no saber en qué registro se mueven. Se nos viene a la cabeza el referente inmediato de “El Golpe”, donde dos avezados tahúres esquilman a otro aún mayor que se las da de listo, o bien “Casa de juegos”, donde un genial David Mamet consigue engañar a los personajes de su historia y a nosotros mismos. Tampoco podemos olvidar a Stephen Frears, que en “The Grifters” (“Los timadores”) lograba mostrarnos un fragmentario y cruel retrato de una familia de estafadores que lograban engañar a su propia sangre con tal de beneficiarse. Y quizás el último punto de atraque antes de entrar en el film que nos ocupe sea “The rounders”, donde Edward Norton –prácticamente gemelo de uno de los protagonistas de “Nueve Reinas”- y Matt Damon lograban lo inalcanzable: sacarle el dinero al capo mafioso ruso más peligroso del planeta –interpretado genialmente por John Malkovich-.
El realizador y guionista argentino Fabian Bielinsky no sólo no ha traicionado toda esa tradición de estafas cinematográficas, sino que ha sabido encajarla a la perfección en la idiosincrasia argentina, sintetizando un producto único, capaz de enganchar a cualquier espectador local, y por supuesto, a cualquier otro, debido a un sólido y férreo guión que consigue ensimismar y sorprender con un inteligente juego de verdades y mentiras; podríamos decir que el director, literalmente, “juega” con el público a una partida de póker donde las apuestas cambian de minuto a minuto y donde uno no sabe a qué carta plantarse: todo gira en torno a una valiosísima plancha de nueve sellos alemanes –las “nueve reinas”- que serán el centro y eje de la estafa a un millonario español obsesionado con la filatelia a manos de dos entrañables sinvergüenzas capaces de engañar –literalmente- a sus propios hermanos o hermanas con tal de conseguir su propio beneficio y destino.
Un prodigioso debut cinematográfico donde se muestra, además de la arquitectura casi perfecta de un guión, un montaje sincopado con el estilismo justo para que la historia se realce considerablemente y arrastre el interés hacia el terreno que el autor desea, sin la más mínima oportunidad de distraerse, con la sutilidad justa para caer en el maravilloso engaño del cine, trasladado fotograma a fotograma en una película modesta pero con mayor inteligencia y originalidad que mucho del supuesto “mejor” cine norteamericano. Y es que ¿acaso hacen falta efectos especiales para tener imaginación y brillantez?. No va más.