La película más cara del cine español, también puede convertirse en la película más decepcionante de nuestra cinematografía, en una gesta parecida a la que tuvo Carlos Saura con El Dorado: una producción impresionante, un texto de partida jugoso -la saga literaria de Pérez Reverte es magnífica- y un reparto de superlujo -incluyendo nada más y nada menos que al Rey de El Señor de los Anillos-. Pero empiezan los problemas y el navío empieza a hacer aguas: un guión deslabazado que bebe de las cinco novelas del Capitán Alatriste y que quiere explicarlo todo, de principio a fin, una dirección algo garrula, que no saca partido del lirismo propio de la historia ni del mundo decadente pero lleno de honor del protagonista, y ya que hablamos del protagonista ¿porqué no lo han doblado y se pasa toda la pelicula con un rarísimo acento extranjero que además le hace tener una voz gutural, como escupiendo trabajosamente los diálogos cuando el resto de personajes habla con total soltura? O bien lo tenían que haber doblado al español, o -¿por qué no?- haber rodado la película en inglés para haberla hecho muchísimo más internacional.
Dicho este preámbulo, las andanzas del mercenario Diego Alatriste en la corte española de Felipe IV son el núcleo de la historia, pero son tantos los flecos a explicar de dicha biografía -su paternidad postiza a Iñigo Balboa, hijo de un compañero caído en las Guerras de Flandes, su historia de Amor con la actriz María de Castro, su extraña amistad con el Conde de Guadalmedina, sus relaciones con otros compañeros mercenarios, su relación con la Inquisición, el continuado duelo con Malatesta, y así un larguííísimo etcétera- que las dos horas y media que dura la cinta se convierten en un ir y venir de la cronología de Alatriste demasiado aleatorio, caprichoso y decididamente cargante. Díaz Yanes, aunque ha realizado grandes esfuerzos en hacer una película grande, al modo de Hollywood, no ha logrado un producto redondo a la altura de estas grandes producciones, y aunque a ratos se transmita parte de esa brillantez -que por ejemplo tenía Ridley Scott en El Reino de los Cielos o Gladiator, por citar dos recientes películas con espadas de por medio...- en la mayoría de los casos solo se queda en una película de andar por casa, alejada de la exquisitez de otras cintas como El Maestro de esgrima o A los que aman. Especial atención merece la fotografía, realmente cuidada, pero que desaprovecha todas las posibilidades estéticas del impresionante diseño de producción y perfecta iluminación, y también la banda sonora, uno de los grandes puntos negros del film, ya que se dedica a meter casi exclusivamente el tópico rasgueo de guitarra flamenca -¿es que Alatriste era andaluz, con ese acento extranjero?- y cuando únicamente se ve un atisbo de originalidad es en una batalla que emplea una marcha de Semana Santa sevillana.
En cuanto a la interpretación, y olvidándonos de Viggo Mortensen y su inexplicable e injustificable acento extranjero y de Eduardo Noriega, que también continúa con su acento de niño pijo ochentero, que no pega ni con cola al Conde de Guadalmedina, el resto del plantel borda sus respectivos papeles, desde Blanca Portillo interpretando a Bocanegra, capitoste de la Inquisición, hasta Juan Echanove, en un perfecto Quevedo, sin olvidar a Unax Ugalde, que en muchos casos eclipsa al propio Mortensen.
Una lástima, porque con estos mimbres, se podría haber hecho una mejor cesta, aunque a lo mejor el problema es que el artesano no debería de haber sido Díaz Yanes -que ya ha pinchado en otra gran película de presupuesto como Sin noticias de Dios- sino directores españoles más capacitados para el cine de entretenimiento y género, como Alex de la Iglesia o Juanma Bajo Ulloa.