Detrás de la política, detrás de los anuncios y las tendencias de mercados, e incluso detrás de la economía, existe un mundo subterráneo en el que se maneja realmente el dinero de los países, su bienestar e incluso sus vidas: Todo eso se articula a través de uno de los comercios más lucrativos del planeta: el tráfico de armas, que es capaz de derrocar gobiernos, reescribir las leyes e incluso instaurar presidentes, y de camino hacer inmensamente ricos a aquellos que se dedican a olvidarse de sus escrúpulos a la hora de vender subfusiles automáticos y helicópteros de combate a las más feroces dictaduras que mantienen al pueblo muerto de hambre. En ese entorno, el talento demoledor de Andrew Niccol ha encajado como anillo al dedo: igual que fustigó con mucha inteligencia los medios de comunicación con el guión de El Show de Truman –por cierto, casi anticipándose a todos los Gran Hermano, Supervivientes y todo tipo de telebasura…-, ahora viaja al inmisericorde mundo de un mercader de la vida y la muerte, un cínico estraperlista que juega con las ilusiones y ambiciones de mucha gente, importándole bastante poco de dónde vienen los dólares que le hacen rico.
Pero lo más sorprendente de la película, además de un guión cáustico y punzante, es que finalmente haya visto la luz: polémico donde los haya, Niccol dispara directamente a la línea de flotación de un sistema capitalista en el que la única ley posible es sálvese quién pueda… y como pueda: todo vale para hacerse rico, y como la droga está controlada y tan perseguida ¿porqué tratar con adictos que andan tirados por la calle, cuando se puede tratar directamente con los jefes militares de un país, que además te pueden dar gran parte del presupuesto de defensa?
Después de dar unos cuantos tumbos con productos comerciales de realmente poca calidad, Nicolas Cage ha logrado hacer su mejor papel desde Adaptation, bordando a Yuri Orlov, un ciudadano norteamericano de origen ucraniano cuyo lucrativo negocio con las armas es su única prioridad en la vida, incluso por delante de su propia familia. El antagonista de Cage, Ethan Hawke, realiza una esforzada interpretación, pero no está al nivel del protagonista de Leaving Las Vegas, que conjuga ejemplarmente una bis cómica –que ya le conocíamos con filmes como Corazón Salvaje- dentro de un registro dramático verdaderamente extremo. Este es precisamente el tipo de cine-espectáculo que merece la pena ver, demostrándose que se puede conjugar a la perfección una reflexión existencial profunda y una acción arrolladora y llena de ritmo.