La edad no perdona, y menos en Hollywood: hay una temible franja de edad que va desde los ventimuchos hasta los sesenta, en los que las actrices del cine norteamericano lo tienen más que mal para encajar en las grandes producciones, so pena que sean ellas mismas las productoras. Algunas –como Sarah Jessica Parker, Shelley Long o Kirstie Alley- se han reciclado inteligentemente en televisión, pero a otras muchas se las ve vagar en películas cada vez más pequeñitas, hasta que su antaño estela queda en un simple recuerdo, cuando no en anuncios de cosmética o peluquería. Demi, que ya pasa cuatro años de la cuarentena, llevaba largo tiempo retirada de la gran pantalla, cuidando a los hijos comunes que tuvo con su ex Bruce Willis y participando muy de vez en cuando en películas como Los Angeles de Charlie 2, aunque produciendo algunos éxitos de taquilla como la saga de Austin Powers ; ahora ha vuelto a ponerse delante de la cámara con una película hecha a su medida en la que interpreta a una escritora amargada tras la muerte de su hijo que intenta recuperar su norte y trabajo retirándose a una casa en las preciosas tierras altas de Escocia, comenzando un particular romance con un no menos particular farero.
El australiano Rosenberg plantea la clásica historia de suspense y fantasmas a la que tan acostumbrados estamos últimamente –sobre todo desde que Shyamalan dirigiera El sexto sentido y Amenábar Los otros-, pero con algún que otro inteligente recurso narrativo no exento de originalidad. El gran problema del film es que llega un momento en que todos los retos argumentales tienen difícil solución, y el director-guionista opta por las vías más fáciles y previsibles para resolverlas, cargándose el buen tono que hasta la primera mitad de la cinta había alcanzado. Demi Moore, que ya tocó el género fantástico en Ghost o La séptima profecía, vuelve a este particular registro de sustos y miedo, intentando reubicar su trayectoria como actriz en el maltrecho panorama para las estrellas cuarentonas –recordemos cuán penosa ha sido la segunda parte de Instinto Básico, en la que Sharon Stone intentaba recuperar pasadas glorias y ha terminado anunciando bases de maquillaje a sus 48 años…-. Su esforzada y correcta interpretación se pierde frente a tanto despropósito en la resolución de una historia, que de haber seguido las reglas impuestas por el propio autor en el arranque del film, habría supuesto un gran título dentro de este tipo de filmes. Al final, esta coproducción germano-británica de postín y mucho lustre, puede convertirse en uno de los títulos taquilleros de la temporada por la justa y correcta presencia de Demi Moore, pero no por ninguna otra cosa más.