Basada en la famosa novela homónima de Jorge Franco, y con una potente adaptación de Marcelo Figueras -guionista de Plata Quemada o Kamchatka- esta es una película arrebatadora que viaja al corazón de Medellín, en plena furia del narcotráfico de cocaína en plenos años ochenta, en los que Pablo Escobar marcaba la pauta de más de medio mundo. En ese entorno cruel, donde se mezcla la pobreza con el más hortera de los lujos -provocado por los advenedizos que hacen dinero fácil con la cocaína- es donde se mueve Rosario, una sicaria implacable que conoce el amor a través de dos chicos, Antonio y Emilio, cada uno de ellos ejemplificando lo más carnal y lo más sensual de la pasión.
Con un tempo más propio del cine japonés que del cine occidental -de hecho el director ha llegado a afirmar que quería hacer una especie de película de Mizoguchi en Colombia- la pelicula toca todas las cuerdas a la hora reflexionar sobre una sociedad malinterpretada por pobres y ricos: los pobres nadando desesperadamente por salir a flote y ofreciendo todo lo poco que tienen, y los ricos aislados en sus jaulas de oro, incapaces de dar nada -quizás por que en realidad, no tengan nada-.
Flora Martínez, en su esforzada interpretación, logra estremecer a cada plano, con su turbadora belleza y su capacidad para transformarse en una guerrera que se transforma en lo más duro y en lo más vulnerable. Cardona y Ugalde -con un acento colombiano muy logrado- encajan bien sus respectivos papeles, pero lo que llama realmente la atención de esta pelicula es el lirismo que el mejicano Maillé logra sacar de los elementos más prosaicos y salvajes: esa mezcla de fervor casi religioso y la extrema violencia de un mundo donde solo sobrevive el que dispara primero, es de lo más desconcertante para el espectador, que tiene oportunidad de viajar en el tiempo para conocer un salvaje universo donde sus habitantes, a pesar de su rudeza, en el fondo no son más que adolescentes necesitados de cariño.