Podríamos utilizar el titular de Tarantos Upgrade como título de esta crítica. Y creo que es la primera vez que utilizaría un anglicismo –en este caso, además informático- en un titular, pero la ocasión resulta ideal: upgrade significa actualización o mejora, y es precisamente lo que ha hecho Mireia Ros, la antaño musa de la cinematografía catalana. Su madurez como directora ha llegado a su cenit, y con esta cinta ha conseguido superar con creces su primer trabajo La Moños, actualizando el complejo universo racial que Rovira Veleta plasmó en Los Tarantos, aunque olvidándose de las peleas de clanes por cuestiones amorosas de dos adolescentes a modo de Romeo y Julieta; estamos en los ochenta del pasado siglo en Barcelona, y ahora es todo mucho más real, menos utópico, y serán un grupo de cuatro amigos los que han de sobrevivir en una barriada del extrarradio gobernada con mano de hierro por un siniestro personaje –que le ha valido el premio en el Festival de Málaga a un Juan Diego siempre inspiradísimo- y han de decidirse entre la rumba, un medio para lograr gloria y expresarse libremente, o bucear en las historias familiares y revivir antiguos fantasmas para aclarar las cosas.
Ros, de sobra curtida en la narración audiovisual, consigue imprimir un ritmo muy acertado al film, aunque en algunas ocasiones deriva a un formato más televisivo que cinematográfico. Pero lo que llama la atención de esta película es cómo la directora ha conseguido destilar lo mejor de cada uno de los intérpretes: en el caso de Juan Diego, resulta fácil, pero en el caso de otros más hieráticos, como Ángela Molina, es todo un logro, y si nos referimos a los cuatro chavales protagonistas, es para quitarse el sombrero. Pocas veces podemos ver un drama social tan bien contado, con un tono tan honesto y casi con carencia de artificios dramáticos: lo que hay es lo que hay. La brillante adaptación de la novela de Casavella podríamos calificarla de modélica, ya que las atmósferas y situaciones literarias han sido fantásticamente transformadas en el hilo de un ritmo que no se quiebra en toda la proyección. Al igual que en la década de los setenta proliferaban filmes donde se podían ver a jóvenes delincuentes tomar su rumbo, o recientemente Albaladejo ha intentado –infructuosamente, por cierto- meterse en este submundo, este film carente de pretensiones pero magistralmente acabado en todos sus aspectos conmueve hasta lo más profundo por su sensación de verdad sin aspavientos, asomándose sin tomar partido a una posible página de la historia de España que muchos (re)conocen de oídas, pero que atiende más a leyendas urbanas y extrañas que a una realidad patente y natural, como plantea esta excelente cinta a todas luces recomendable.