Esta es una de las películas-bombón por las que cualquier actriz madura sería capaz de cualquier cosa con tal de protagonizarla, y de hecho, parece hecha a la medida de la flaca Gwyneth Palthrow: dirigida por John Madden, que también la dirigió en Shakespeare in Love (por la que ganó un Oscar), basada en una de las más famosas obras teatrales de Broadway y escrita por un autor ganador de un premio Pulitzer, es un claro vehículo para que el personaje protagonista -la hija de un genio de las matemáticas al que se le ha ido la olla- se luzca a placer. Si Jodie Foster suplicó y luchó por conseguir el papel de Clarice Starling en El Silencio de los Corderos, Palthrow no ha tenido que esforzarse tanto en para convertirse en la hija cinematográfica de un Anthony Hopkins algo envejecido, y cercano al insulso papel de patriarca ido en Leyendas de Pasión. Con muchos elementos comunes a Una mente maravillosa de Ron Howard, la cinta que nos ocupa va mucho más allá: si la película protagonizada por Russell Crowe era un cúmulo de efectismos la mayoría de las veces con poco sentido, aquí el guión está milimétricamente trazado para mostrar no los fantasmas personales del genio-loco de las matemáticas, sino las complejas relaciones de un padre y una hija, que intenta buscar su propia identidad pero que se ve aplastada por una leyenda y un incierto legado; y para avivar más aún el fuego, aparece una hermana muy amargante, y un alumno que busca en la obra del matemático. Todo un mosaico que forzará a actuar a la protagonista.
Madden, que ha manejado muy bien el ritmo del film, logra que mantengamos toda la atención a pesar de ser un film mucho menos dinámico de lo que la publicidad en la distribución española promete –y que no tiene nada que ver con el suspense o tensión añadida alguna-. Evidentemente, el mayor entero del film es la laboriosa y esplendorosa interpretación de Gwyneth Palthrow, a la que se le nota que está en su salsa y consigue unos registros realmente sorprendentes para su habitual hieratismo, llegando incluso a superar al carisma de Hopkins o a la profesionalidad de Gyllenhaal, más allá de Brokeback Mountain. Con una evolución dramática nada predecible, la cinta traza no solo la clásica parábola entre el alumno y el maestro, sino también la compleja telaraña familiar que puede articularse en torno a una figura prominente, y que puede llegar a diluir cualquier proyecto o ambición personal no ya por parte de los demás, sino de uno mismo, anulándose o negándose cualquier intento de superar la mítica figura familiar –en este caso, el padre de la protagonista-. Pero lo mejor del film, es su modesta vocación y sus excelentes resultados, en una compacta y emotiva historia rica de matices.