El genio danés ha dado otra vuelta de tuerca a su trilogía americana con esta película, que gira en torno a la esclavitud –no en vano se inspira en el arranque de la novela La historia de O-; estamos en 1933 y un mafioso y su hija buscan un nuevo lugar donde establecerse, tras haber pasado por Dogville, llegando hasta una plantación en Alabama, en el sur de Estados Unidos, llamada Manderlay. Lo más importante de este director, es que destila el cine hasta sus últimos elementos, simplificando toda fanfarria estética, y consiguiendo que el esqueleto mismo de la dramaturgia cinematográfica tome toda la importancia. Si en Dogville, Nicole Kidman ponía su bello rostro a la protagonista, ahora Bryce Howard logra meternos dentro de una ternura en el personaje ensalzada por Von Trier con gran habilidad, dentro de un contexto tan negro –nunca mejor dicho- como el de la cinta.
Además de contar con monumentales interpretaciones, como las de Glover o la diva Lauren Bacall, los diálogos y el guión en general son una auténtica clase magistral de cómo hacer cine y llegar al espectador, provocando todo tipo de emociones encontradas. La cinta tiene, para remate, un ritmo mucho más constante que Dogville, con lo que si esperábamos encontrarnos con otro experimento cinematográfico parecido, resulta que es mucho más interesante, añadiendo elementos nuevos, como en una sinfonía minimalista a la que se van sumando instrumentos paulatinamente. Una vez más, Trier ha logrado sorprender y convencer con su nueva película.