Parece que por fin la Disney empieza a encontrar el norte, al menos en su producción con personajes reales del llamado cine familiar, que tanto cultivó en los años 50 y 60 con películas como Flubber o Herbie. Aunque últimamente sus películas no son demasiado boyantes, incluyendo las de animación, ahora este film parece haber recogido la clásica tradición de las películas de institutos y adolescentes, y mezclarla con la moda de superhéroes que filmes como Los Increíbles o Xmen han popularizado. Todo ese universo de cómic ha sido bien encajado en una clásica estructura de comedia juvenil donde la adaptación y la búsqueda de la identidad propia son los referentes para unos protagonistas algo atolondrados y obligados a imitar –e incluso, superar- a sus propios padres, unos legendarios superhéroes que han llevado a sus hijos a un instituto para personas con superpoderes. Todo ello remozado con el secretismo paralelo a los propios humanos, heredado directamente de todo el universo de Harry Potter.
Es también divertido en este film, que un actor como Kurt Russell, que precisamente creció dentro de la producción de esta productora allá por los sesenta, ahora retome un personaje dentro de esta cinta, que bebe directamente de aquellas y que intenta emular de alguna forma el éxito de Los Increíbles, especialmente centrada en el personaje de los hijos y todos los problemas que les pueden conllevar encajar en el mundo adulto, a pesar de sus capacidades suprahumanas. Pero lo mejor del film, es la honestidad que desprende: la huida de la pretenciosidad, y apostar por lo obvio es lo mejor de esta cinta, que se decanta por el entretenimiento sin más, legitimando los poderes que Disney ha tenido durante décadas y que parecían definitivamente perdidos en aras de una explotación economicista de los medios que ya tenían –y que por cierto, están empezando a agotarse-. Reciclar una de las más creativas productoras cinematográficas de la historia del cine en industria juguetera y gestora de parques temáticos es una de las mayores aberraciones que jamás una corporación empresarial pueda haber hecho. Esta película arroja una luz de esperanza a la hora de esperar que Disney resurja de sus propias cenizas y vuelva a dar espectáculo; seguramente un espectáculo muy limpio, políticamente correcto y para todos los públicos, pero si es un espectáculo que funciona, no tenemos porque extrañarnos ni huir de él. Esta vez, si que funciona con esta película, y esperemos que siga la racha y que se apueste más por la creatividad, el entretenimiento y los sueños, más que por las cuentas de resultados y los porcentajes de ventas.