Cuando el río suena, agua lleva; por muy chovinistas que sean los franceses, no se suele dar un premio al mejor actor y al mejor guión del Festival de Cannes, así como así. Desde luego, tuvieron toda la razón al hacerlo, y de hecho, creo que se quedaron cortos al no premiar el montaje y la dirección de este ejemplar film, que supera con creces todo lo escrito hasta ahora por Arriaga –Amores Perros, 21 gramos- y que es un magistral trabajo para ser la primera película como director de Lee Jones, que además ha realizado el mejor trabajo interpretativo con diferencia de toda su carrera como actor. Utilizando una depuradísima narrativa en el guión, y mostrando lo cotidiano de la misma vida –con todas sus grandezas, pero también con todas sus miserias-, Arriaga sitúa en un brete existencial al curtido protagonista, el capataz de un rancho que descubre que su gran amigo ha sido asesinado y precipitadamente enterrado en el cementerio público, intentando ocultar los factores de su muerte. A partir de entonces, el protagonista convertirá su vida en la cruzada de enterrar a su amigo Melquíades dignamente y en su tierra, desentrañando además todo lo referente al misterioso crimen.
Si en 21 gramos, la forma de contar era más gratuita y artificiosa, intentando buscar un virtuosismo en la dramaturgia intentando jugar con las líneas temporales de la historia, en esta ocasión el guión ha utilizado lo mejor de todos estos recursos, que se encajan a la perfección en la historia. La película bebe además de toda la estética más clásica del western, y de la sordidez y crueldad en la expresión de Peckinpah –sobre todo en su segunda mitad- haciendo gala de un depurado estilo, deslumbrando plano a plano la madurez que tiene Tommy Lee Jones detrás de la cámara; todo esto, claro, es por no hablar del registro impresionante en el papel protagonista del film, que borda con unos sutilísimos matices que oscilan entre el hieratismo propio de un hombre duro de verdad y la expresividad de la desesperación ante la impotencia de no haber podido ayudar a su gran amigo. Resulta reconfortante ver cómo aún quedan esperanzas para renovar el cine clásico en Hollywood, y viendo este film bien podríamos decir que Clint Eastwood ya tiene un justo heredero, que comienza con un deslumbrante trabajo su andadura como director, y que probablemente, aún tiene muchísimo que decir tanto delante de la cámara como detrás de ella. Si Tommy Lee Jones ha demostrado ser capaz de los mayores registros como actor, ahora también ha sabido transmitir todo su talento a la dirección cinematográfica, articulando una historia ejemplar, de lo mejor que hemos visto en muchos años, sensible, austera, directa y emotiva. Un lujo.