Olvidándonos de toda la controversia levantada por el morbo de ver a dos rudos vaqueros en plena efervescencia amorosa, el último trabajo de Ang Lee es un modelo de adaptación literaria: basado en el relato de E. Annie Proulx, el guión escrito por Larry McMurty y Diana Ossana subordina una estructura convencional a la propia historia de amor, que es el epicentro de una convulsa relación entre dos hombres. El preciosismo de las imágenes se contrapone a la dureza de los dos personajes, que intentan ocultar sus sentimientos no solo a la sociedad que presumiblemente les va a censurar, sino ante ellos mismos, ya que en algunas ocasiones de su tortuosa vida no deben demostrar signos de debilidad. Otro elemento deslumbrante del film es la fotografía, realmente impresionante, que transmite una paz inconmensurable, precisamente todo lo contrario del torbellino emocional que sufre cada uno de los dos protagonistas. En cuanto a los actores, Gyllenhaal está correcto, pero el que me ha dejado realmente sorprendido ha sido el guapito Heath Ledger, que hasta ahora casi únicamente había encarnado al clásico niño mono de Hollywood y ahora ha demostrado una notable madurez -es casi imprescindible ver la pelicula en versión original, dado el magistral trabajo que hace Ledger con el acento, cerrado, bruto...una maravilla-. Ha sido una de las grandes nominadas a los Oscars en este año, con toda la razón, puesto que supone un acercamiento original no solo a las relaciones sentimentales -independientemente de su orientación sexual- sino a la tolerancia, a la verdad y a la coherencia social. Una maravilla.