Con gran aceptación internacional, este film supone una notable madurez en el realizador Michael Haneke, que aborda directamente el género del thriller desde una novedosa óptica, implicando además en la trama la diferencia de clases en la sociedad francesa contemporánea. Todo comienza cuando un padre de familia de acomodada situación, empieza a recibir unos misteriosos dibujos acompañados de unos videos domésticos protagonizados por él mismo y su familia, complicándose la cosa bastante cuando, día tras día, va recibiendo las cintas que retratan los momentos más íntimos de sus protagonistas. Haneke no solo maneja la tensión del espectador con la precisión de un metrónomo, apretando y soltando en los momentos críticos del film, sino que además consigue trazar una inteligente parábola sobre la culpa interiorizada de la más acomodada clase media. La mala conciencia planea sobre cada plano de la cinta, pero con la frialdad propia de un espectador imparcial que no toma partido en ningún momento, ni en un sentido ni en otro. Monumentales son las interpretaciones de Auteil y Binoche, con un registro que paulatinamente se va desquiciando hasta llegar al paroxismo, en una circunstancia que se adivina tremendamente dramática en el contexto del film. Una verdadera lección magistral de cine, que seguro que habría encantado al mismísimo Hitchcock.