Igual que no fue nada nuevo el planteamiento del guión de Million Dólar Baby, que le valió la nominación al Oscar al canadiense Paul Haggis, ahora su primer film parece no ser demasiado original frente a filmes como Vidas Cruzadas, Magnolia o Grand Canyon –especialmente los dos primeros que se desarrollan también en Los Angeles- pero soterradamente, casi sin darnos cuenta, la película se cuela en el núcleo mismo de la multirracial ciudad, trazando un fresco social de increíble lucidez; el director –y guionista- consigue además que fijemos la vista en la aparente calma que se le supone a la sociedad norteamericana, tocando temas tan peliagudos como el racismo, la igualdad social y la justicia. A través de unos personajes impecablemente resueltos, este drama coral logra un impacto emocional tan demoledor como el film de Clint Eastwood antes mencionado, llegando hasta la médula misma de la moral humana y alumbrando con una luz súbita y sorprendente muchos temas que creíamos casi olvidados y que a la postre, recurren una y otra vez en la convivencia humana, independientemente de la época, la raza o cualquier condicionante. La misma aleatoria crueldad –o humanidad- que podía desprenderse de la monumental La hoguera de las vanidades de Wolfe o de cualquier obra de Balzac, ahora se transmite actualizada a este magnifico film, que además consigue una notable complicidad en el espectador.
A pesar de que la complejidad argumental de este tipo de películas suele ser grande, Haggis consigue meternos en la vida de todos y cada uno de los personajes de la historia, desde los dos chavales que roban un todoterreno hasta el ambicioso fiscal del distrito, pasando por dos policías amargados que abusan de su autoridad o los detectives que investigan el atropello de un hombre. Esta monumental obra, que podríamos compararla con una enorme ópera urbana contemporánea, pone de manifiesto la fragilidad de la actual sociedad occidental, donde todo o casi todo se sustenta en un mínimo equilibrio que es más producto del azar que del esfuerzo personal. Toda esa aparente seguridad que tenemos en nuestra presuntamente bien ordenada vida, se puede quebrar con la misma facilidad con que cae la cara o la cruz de una moneda. Ni que decir tiene que la experiencia televisiva de Haggis ha servido para mostrar una ejemplar dirección de actores, donde todos están realmente impresionantes. Por eso y por demostrar con gran –y aparente- facilidad el azar de la humanidad y cómo el increíble equilibrio puede seguir indefinidamente en la vida, esta película tendrá su justo lugar cuando pasen unos años, y se pueda comprobar la agudeza a la hora de retratar todo este planteamiento.