Cuando uno se imagina a un héroe de acción, siempre piensa que lucha por la justicia, por una falsa acusación, para coger a un narcotraficante, por venganza o bien para salvar a alguien que está a punto de morir. El problema es que esas películas de tiroteos, persecuciones, músculos y testosterona se han llegado a convertir en clichés, tópicos repetidos que llegan a aburrir, de tan predecible que resultan. ¿Alguien duda por un momento si Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Steven Seagal o Jean-Claude Van Damme van a terminar con los malos? Por supuesto, y además a guantazo limpio. Por eso ver películas como la que hoy nos ocupa es reconfortante, comprobando que un héroe de acción también puede ser un hombre cualquiera que lo único que quiere es comprobar y limpiar la memoria de su esposa asesinada, a la que todos acusan de haberle sido infiel. El genial texto del maestro de la intriga John LeCarre encaja perfectamente en el deslumbrante estilo visual de Fernando Meirelles, que ya sorprendió al mundo con su Ciudad de Dios, y que ahora vuelve a dejarnos epatados con su dominio de la imagen, tanto en los momentos más dulces de la historia, como en los más dramáticos y los más tensos. Seguro que pocos se imaginan a un héroe tan delgado, paciente –nunca mejor dicho, ya que él mismo fue El paciente Inglés- y calmado como Ralph Fiennes, pero el poder del amor le hace ser más astuto, más fuerte y más perseverante que si tuviera toda la musculatura de un gorila o el entrenamiento militar del más aguerrido boina verde.
El desarrollo del guión es sencillamente perfecto, así como el ritmo del film, que ondula sinuoso en toda la investigación del protagonista, saltando de tiempo cinematográfico con gran plasticidad y belleza. Porque los dos pilares sobre los que se articula este film de acción atípico son la belleza y el amor, paradójicamente. En vez de violencia y crueldad –que por cierto, también las hay, solo que tocadas tangencialmente para hacer avanzar la historia, y no como base- son otros los elementos narrativos –y estéticos- que hacen de este film una auténtica joya cinematográfica, un intento consolidado de hacer una película con lo mejor de todas las profesiones de esta industria, empezando por el director y terminando por la excelente partitura de Alberto Iglesias. Una auténtica luz de esperanza para un género que podría renovarse con películas como ésta, que además de conseguir que el espectador viva emociones y tensión, también abra los ojos a muchos temas que parecen estar vedados por algunos poderes políticos y económicos, y que son desgraciadamente tan peligrosos como los otros motivos por los que los caducos, musculosos y armados héroes luchaban en el pasado.