La ciencia ficción es uno de los mayores filones que ha tenido el séptimo arte a la hora de crear verdaderos cruceros de placer para el espectador, que se terminaba embarcando en un mundo futurible de fantasía con robots, naves espaciales, pistolas de rayos láser y demás parafernalia. Paulatinamente, este género ha ido evolucionando, de las primeras y tímidas incursiones –no solo en efectos especiales, sino también en guiones bastante pueriles- hasta llegar a crear monumentales prospecciones de la humanidad como en Fahrenheit 451 de Truffaut, 2001, una odisea del espacio de Kubrick o el famoso Blade Runner de Scott. Todos estos films bebían de un rico material literario, evolucionado a la gran pantalla; el film que nos ocupa ha hecho exactamente lo mismo, solo que mezclando el género fantacientífico con el humor más cruel e irónico hacia la misma raza humana, y al Planeta Tierra en particular. Como autor de culto, desde que Doug Adams publicara esta novela en 1978, sus personajes han continuado en una saga literaria de cinco libros, y en una nutrida serie televisiva de la BBC, donde se narra el nada usual retrato de un pobre diablo que un buen día descubre que su casa va a ser derrumbada, que su mejor amigo es un extraterrestre y que este planeta va a ser destrozado por estar en el trazado de una autopista espacial. Este chocante descubrimiento le hace no solo intentar parar la hecatombe mundial, sino conocer realmente el sentido de la vida, el universo e incluso el artefacto más importante del mundo: una toalla.
Realizada con fervor y atino –teniendo en cuenta que es el primer film de este realizador que viene del videoclip y la televisión-, el irreverente humor que emana de toda la película -así como una cuidadísima producción e interpretación- chocan de frente en la versión española con un pésimo doblaje, que una vez más los distribuidores, en un alarde de genialidad, le han dado a los componentes de un programa radiofónico de medio pelo, que lo único que hace es intentar ser graciosos teniendo más relevancia que la película misma que quieren traducir. Ya vivimos una tropelía similar en la descacharrante Kung-Fu-Sion que fue literalmente destrozada por la falta de imaginación y respeto del doblaje. ¿Hasta cuando vamos a tener que soportar el público español semejantes despropósitos? Olvidándonos de ese detalle, esta Guía del autoestopista galáctico resulta de los más refrescantes e imaginativos estrenos de esta temporada veraniega, que empieza a remontar calidad en sus títulos cuando parece que se empieza a extinguir y entra el otoño, que no lo será para el cine.