Muchos directores no tienen que avergonzarse de sus orígenes de la publicidad y/o videoclips -como en el caso de Ridley Scott o David Fincher- pero Michael Bay podríamos decir que ha arrastrado consigo a la hora de hacer largometrajes un estilo visual propio de otro lenguaje que no es el cinematográfico: el frenesí a la hora de mover la cámara, las espectaculares -y generalmente, vacías- tomas aéreas y la ampulosidad de imágenes suelen ser ya su marca de fábrica. La fértil colaboración entre Michael Bay y Jerry Bruckheimer parece haber tocado a su fin, habida cuenta de que Bay ha realizado esta gran producción sin su productor habitual, con unos buenos resultados de taquilla, aunque menores de lo que se esperaban. No obstante, como producto de entretenimiento, no está mal, aunque la película tiene carencias argumentales realmente graves a la hora de creernos las desventuras de dos clones que han de sobrevivir en un futuro cercano, puesto que van a ser sacrificados para que sus patrocinadores puedan vivir con órganos nuevos. El guión escrito por Caspian Tredwell-Owen, Alex Kurtzman y Roberto Orci bebe directamnte de toda la tradición del cómic de los 90, donde Carlos Trillo y Horacio Altuna ya plantearon este temible futuro en el que unos cuantos privilegiados millonarios podían hacerse réplicas de sí mismos para coger de ellos cualquier órgano que necesitaran y así seguir viviendo; también hay referencias evidentes -tanto estéticas como argumentales- con clásicos de la ciencia ficción cinematográfica como La Fuga de Logan o Mundo Futuro, donde se recrea la utopía de un futuro presuntamente mejor para la humanidad, aunque se esconda entre los entresijos de la sociedad algunos oscurísimos secretos. El arranque de la cinta es prometedor, pero paulatinamente la historia va perdiendo fuelle y credibilidad, hasta llegar a tornarse de lo más ridículo con -como no podía ser de otra forma- persecuciones presuntamente espectaculares en las que no se ve prácticamente nada -eso si, se ve más que en otras películas anteriores de este realizador- y giros de guión bastante poco creíbles, tal y como está planteada la historia. La parafernalia tecnico-científica está muy bien lograda, y el futuro cercano se parece peligrosamente tanto a la actualidad que podría tratarse más que de un thriller futurista de una película de terror, por lo tremendo del mensaje. Incuestionablemente, lo mejor del film es la pareja protagonista, especialmente el versátil McGregor, sin duda el mejor actor de su generación y con la asombrosa capacidad de los registros más dispares prácticamente sin cambiar la expresión facial. Resulta igualmente reconfortante ver a la bellísima Johansson en un personaje que tiene bastante química con McGregor durante toda la película. En definitiva, es un film pensado como un juguete -quizás demasiado caro, vistos los resultados- que intenta colar un mensaje trascendental, pero que falla a base de mover demasiado la cámara, como era de esperar en el caso de Bay. Solo que ahora, encima también mueve el guión.