Que el humor es una arma poderosísima es algo que no ha pasado desapercibido por cientos de autores y dramaturgos desde el principio de los tiempos; no hay nada mejor que ironizar para comprender mejor una situación trágica, llegando incluso a poder encontrar soluciones a base de reírse sin tapujos de los problemas y males. Pero, claro, resulta imprescindible el buen e inteligente uso del cerebro para hacerlo, algo que generalmente no suele pasar a los productores de grandes películas comerciales norteamericanas, pero en cambio si que le sucede eso a los pequeños productores que logran destilar ingenio a raudales cuando la censura –económica o ideológica- se cierne sobre sus películas. A la estremecedora Huelepega, le ha seguido este film en su tarea como directora a la realizadora venezolana, dando un giro de la denuncia a la sátira social, con un film verdaderamente agudo, lleno de complicidad y con un sentido del humor desternillante. Imagínense dos países en guerra, con un conflicto en el que no solo se implican los gobiernos, sino también tribus perdidas del Amazonas, narcotraficantes y guerrillas. Imagínense también que dos soldados diametralmente opuestos –uno idealista y algo inocentón, el otro un buscavidas que ingresa a la fuerza en el ejército y solo quiere desertar- de ejércitos diferentes se ven obligados a cooperar para poder sobrevivir en la jungla. De ese cóctel explosivo ha surgido este film que arrasó en el Festival Iberoamericano de Huelva, en el Festival Internacional de Los Angeles y en el Festival de San Francisco; una trayectoria merecida para una de las mejores reflexiones sobre el dogmatismo y la intolerancia que se hayan hecho últimamente en el panorama cinematográfico internacional.
La película es ágil, divertida, con unos diálogos brillantes, e interpretada por actores en estado de gracia, ya que la dirección de Schneider resulta impecable –ya vimos su talento para encauzar la interpretación en su anterior film-. El único punto negativo de la toda la película, es su factura, que resulta demasiado pobretona, demasiado precaria para lo que estamos acostumbrados a ver en la gran pantalla: es cierto que las películas no tienen que ser postales esplendorosamente bellas –todo dependerá, en efecto, de la historia que nos estén contando y el tono de la misma- pero existen unos niveles de plasticidad visual que resultan ya casi imprescindibles a la hora de ver un film, porque muchos tienen ya pantallas de plasma de enormes dimensiones o proyectores de vídeo en sus propias casas, que en algunos casos no tienen nada que envidiar a las pantallas de unos multicines. Por eso es una lástima que tan buen y agudo guión, no tenga un mejor correlato en imágenes; no es que tengamos que ver la jungla y las cataratas como en La Misión, pero al menos se podría haber controlado mejor el color, saturación y contraste de las imágenes. No obstante, es un film que realmente merece la pena y en el que se pone de manifiesto que para sobrevivir, todas las artes son válidas.