Hollywood ya no es lo que era; ahora las grandes estrellas no tienen el glamour ni la distinción de un Cary Grant o de una Katherine Hepburn; ahora las estrellas venden las marcas de los patrocinadores que financian películas que más se parecen a un anuncio de productos consumibles que una obra de arte que haga soñar, pensar o replantearse algo. La crisis creativa de el cine norteamericano no es ningún secreto, ya que explotadas todas las vertientes literarias posibles, se han dedicado a sacar a los superhéroes del cómics para convertirlos en productos igualmente comerciales, para que las familias enteras vayan a disfrutar las aventuras de unos personajes que mantienen el llamado modo de vida americano. Las otras grandes fuentes de ideas que actualmente tiene Hollywood, consiste en adaptar películas extranjeras –últimamente están de moda las asiáticas- o bien en remozar antiguos clásicos, actualizándolos con bastante poco respeto para volver a dar en el clavo a la hora de atraer público a las taquillas. En plena explosión de la igualdad racial en Norteamérica, Stanley Kramer realizó una brillante cinta en la que una pareja presuntamente progresista reacciona de la manera más imprevisible cuando su hijita se presenta con su novio a cenar en casa, siendo su futuro yerno nada más y nada menos que un hombre negro –impresionantes interpretaciones de los míticos Spencer Tracy, Katharine Hepburn y de un entonces incipiente Sidney Poitier-. Ahora dos de las figuras populares del cine americano, el cómico televisivo Bernie Mac y el jovencito guaperas de turno –que además es el novio de la madurita Demi Moore-, Asthon Kutcher, son los protagonista de un film que bebe de aquel –o más bien, lo plagia- pero de forma racialmente inversa: ahora la familia de la chica es negra, y el blanco es el novio que llega para conocer a los padres de su chica.
Los productores se han dejado de zarandajas sociales y demás planteamientos profundos, y se han dedicado a hacer una comedia de entretenimiento, con muchos chistes fáciles y bromas localistas –puras de la cultura norteamericana- para que el gran público vea otra vez el tipo de comedia romántica que ya vimos en Los padres de ella, El padre de la novia y otras opciones más que cuentan aproximadamente lo mismo. El gran peso de la película lo lleva indudablemente la presunta química de humor entre Kutcher y Mac, un sentido del humor que funciona algunas veces, pero las que más, se queda en intentos facilones para hacer reír, con muy poca imaginación. Una lástima, porque este film podría haber sido una nueva visión de una reflexión muy interesante que se realizó en los sesenta –ahora la comunidad negra en Estados Unidos no solo es aceptada, sino una de las más importantes del país- y se ha quedado en una pálida –nunca mejor dicho- sombra de lo que fue el clásico dirigido por Stanley Kramer.