El mismo Paul Greengrass que dirigió “El Mito de Bourne”, y que hace tres años también estuviera al frente de una producción similar al film que nos ocupa, “Bloody Sunday” –que retrataba el conflicto entre Irlanda e Inglaterra en los años setenta-, ahora ha sido quien, entrevistándose con los grupos de autoayuda y víctimas del terrorismo de la población de Omagh –que sufrió el más salvaje atentado terrorista del denominado “IRA Auténtico”- ha puesto en pie esta película valiente, reivindicativa, que invita a replantearse los fanatismos y las posturas extremas. Aunque la dirección corre a cargo de Pete Travis, el demoledor guión de Greengrass y Hibbert –que por cierto, ganó el premio al mejor guión en el Festival de San Sebastián 2004- es el responsable de un verdadero viaje al corazón mismo de una batalla ideológica entre unionistas y nacionalistas, mostrando una zanja lo suficientemente grande como para recurrir a las mayores salvajadas. Todo el film no es más que una recreación casi literal de la vida de Michael Gallagher, un ciudadano corriente que pierde a su hijo cuando un coche bomba explota a una hora punta en una localidad irlandesa donde católicos y protestantes han vivido en armonía durante años y ahora ha provocado una conmoción en la que mueren casi treinta personas, y más de doscientas resultan heridas.
La técnica utilizada en buena parte del metraje es casi documental y la factura recurre al famoso “Dogma 95”, en el recurso de la cámara al hombre es el epicentro de una narración ágil y austeramente directa: sin florituras de ninguna clase se ficciona una realidad patente, un dramático episodio en la vida de Irlanda que costó la vida de muchos y el entendimiento de varias generaciones. Ya sabíamos que la realidad supera con creces a la ficción, pero resulta muy revelador como a través de un lenguaje cinematográfico y una factura adecuada, una noticia de un informativo puede convertirse en una epopeya que lucha por el entendimiento y la felicidad en la que no hay héroes musculosos ni princesas bellísimas, sino hombres corrientes que intentan que sus familias sencillamente sobrevivan, empresa acaso mucho más trascendente que vencer a un maloso o capturar un dragón. Con este nuevo subgénero de documental-denuncia, se han superado ampliamente todas las visiones de realismo social que Ken Loach y otros tantos hicieron de la Inglaterra contemporánea, confirmando una vez más que para contar algo en formato del cine, hay que hacerlo con la narración, la factura y la técnica de las películas, tal y como se ha hecho en esta excepcional cinta que conmueve a cada fotograma, y que en España, desgraciadamente, aún nos toca de forma más cercana.