Dentro de la mitología audiovisual, tenemos a muchos ladrones épicos, que repartían el botín robado a los más ricos para repartirlo entre los pobres, desde el británico Robin Hood, al andaluz Curro Jiménez, todos ellos intentaban demostrar que el sistema no funcionaba, y añadir un punto más de justicia equitativa en las riquezas. Con mucha menos fama, Ned Kelly fue un salteador australiano que tras vivir muchos abusos de autoridad en su infancia y adolescencia, decide robar bancos refugiándose en los desiertos australianos y enfrentándose, en el siglo XIX, al poder británico establecido jerárquica y económicamente. El tono épico que el film podría haber tenido –y que hubiera sido idóneo para la narración- se ha sustituido por un incomprensible tono de aventura en la clave más clásica y manida del “western”: aunque se ha intentado separar esta producción de las grandes películas norteamericanas, contando entre otras cosas con un director y reparto australiano –Watts, Ledger, Griffiths, Rush…- al final se ha caído en todos los errores de bulto típicos de estas cintas, tales como efectismos sin sentido, personajes muy maniqueos y situaciones del todo predecibles.
Lo que podría haber sido una figura mítica que todos admiraran, se convierte en una caricatura por unos diálogos realmente poco creíbles y por una actuación demasiado contenida de Heath Ledger, que parece más bien obsesionado en replicar la intensa mirada real del bandolero. Otro elemento que podría haberse aprovechado mucho más son los escenarios naturales, a los que no se saca realmente partido. Lo que si es excelente, es el trabajo en la banda sonora, realmente espectacular, sobre todo por la grandilocuencia de Zanelli –que completó también la banda sonora de “El último samurai”-, y Klaus Badelt. Es una lástima que cuando se tiene la oportunidad de realizar un film profundo, que revise los pilares de la sociedad y la justicia a través de un personaje histórico lo suficientemente carismático –y que además, sirva para mostrar una realidad determinada en un tiempo determinado-, al final se apueste por el cine más puro de aventuras de manera puramente irreflexiva y comercial. En todas esas epopeyas, hay que saber mezclar muy bien la épica, con la aventura y con la reflexión, todo cabe en este tipo de películas en las que los bandoleros, además de montar muy bien a caballo, disparar, o ingeniárselas para atracar un banco de la forma más rápida y efectiva, han de saber igualmente aplicar un poco de criterio y reflexión sobre lo que están haciendo sin fracasar en su cometido.