Ficha película

Título:
Luna de Avellaneda
Director:
Juan José Campanella
Intérpretes:
Ricardo Darín, Eduardo Blanco, Valeria Bertucelli, Mercedes Morán
Calificación:
Crítica

Parece que Campanella ha encontrado la fórmula para crear una cinematografía con estilo propio, manejando la nostalgia como elemento desencadenante de personajes, historias y sentimientos, canalizando toda la emotividad a través de los recuerdos y las historias personales. En su película más aclamada, “El hijo de la novia”, lograba enternecer a propios y extraños con un relato simple, directo, enfocado a un protagonista perdido en su propia vida y sin saber a dónde se dirigía; en cambio el film que nos ocupa se centra directamente más en una institución, concretamente en el Club Social y Deportivo Luna Llena de Avellaneda, que en los años sesenta, era centro absoluto de la vida social del lugar, máxime en la época de carnavales. Cuando todo parece perdido, la única luz de esperanza la logra arrojar una propuesta que rompe con todo: vender el club para convertirlo en casino y así solucionar las deudas con el municipio.
Con prácticamente la misma fórmula argumental, Campanella destila aún más su entrañable mensaje de hermanamiento, ilusión y dulce recuerdo. Tanto Ricardo Darín como Eduardo Blanco –que también repiten- vuelven a funcionar como el binomio protagonista que se balancea entre la ilusión y el materialismo. Aunque se echa en falta un poco más de agilidad narrativa en la historia –sobre todo en el segundo acto, donde el guión tiene un notable bache de ritmo-, la película logra una enorme complicidad, utilizando los resortes exactos y justos para emocionar. La estructura dramática está salpicada de excelentes momentos de comedia –que como y sabíamos, surgen del choque entre Darín y Blanco- y de una revisión a muchos valores de la sociedad contemporánea que llega a la crítica social más aguda e inteligente, sopesando que muchas veces nos aferramos a un simple recuerdo no porque sea mejor de lo que ahora tengamos, sino sencillamente porque pensar que eso ya ha pasado le da una pátina especial de bondad. Como sucedía con el tango de Gardel, hay que volver, pero en este caso, sin la frente marchita, porque hay que mirar al futuro e intentar que el presente siga guardando una luz de ilusión. El film además tiene una espectacular banda sonora de Ángel Illarramendi que logra añadir el contrapunto justo de emoción al desarrollo dramático de la historia, realmente bien logrado y que se aleja de las previsibles posturas de este tipo de cine. Una película para soñar y confiar en que por muy mal que vayan las cosas, siempre podemos tener encendida la llama de la esperanza.


Federico Casado Reina



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