Siempre se ha dicho a nivel popular que uno terminaba de madurar cuando le salían las muelas del juicio y algo así es lo que le ha pasado a Kevin Smith, antaño el director alternativo más interesante del cine norteamericano y que últimamente se ha devanado en películas tan mediocres como “Jay y Bob el silencioso contraatacan”. Al igual que le sucede al personaje protagonista del film, el director traza una reflexión existencial de lo más lúcida, no solo acerca del amor, sino de la vida misma, de la familia y de la sociedad contemporánea, que habitualmente asfixia todo lo que puede significar la felicidad, disfrazando la soledad de lujos, presunta privilegiada situación laboral, fama y fortuna. Por ello, quizás sea esta una de las películas más “humanas” de Smith, no ya por la evolución de sus personajes –de ser en sus primeras cintas como “Mallrats” o “Clerks” adolescentes rebeldes en permanenete búsqueda, a ser “yuppies” adinerados y caídos en desgracia- sino por cómo se ha acercado a la estructura clásica de una comedia romántica, sin olvidar el sentido del humor, pero añadiendo una mordaz crítica al capitalismo, capaz de destrozar cualquier aspiración de humanidad: un exitoso publicista neoyorquino ve culminada su felicidad al esperar una hija de la mujer a la que ama. El problema comienza cuando la madre muere en el parto, y el talentoso creativo no sabe cómo afrontar su recién estrenada paternidad, recurriendo al abuelo y destrozando finalmente su prometedor futuro profesional al lado de las grandes estrellas a las que promociona.
Siendo un poco justos, Smith carga un poco las tintas con el almíbar en algunas secuencias, llegando a empalagar, pero no es menos cierto, que también consigue articular una reflexión tan madura como emocionante, sin llegar a caer en los tópicos de muchas cintas realizadas en los grandes estudios, y que suelen ser pensadas como simples campañas publicitarias de recaudación. Ahora nos encontramos con una película con alma, con sentimiento y con una implicación emocional que se transmite en cada fotograma –no en vano la paternidad es el eje central del film, como denota la dedicatoria final al padre fallecido de Kevin Smith-. En cuanto a la interpretación, todo el hieratismo y falta de credibilidad de Affleck –que parece estar cada vez peor en su registro interpretativo, auténticamente inexpresivo- es superado con creces por la dulzura y frescura de la encantadora niña Raquel Castro, la “hija” del protagonista y de Jennifer Lopez –que aparece únicamente 15 minutos al arranque del film-. El resto de la película supone un retrato muy emotivo de la sociedad norteamericana, que lucha por mantener su identidad ante los feroces planteamientos económicos, demostrando que lo más importante del ser humano no son su trabajo o su dinero, sino cómo se relaciona con los suyos. Así se echan las muelas del juicio, si señor.