Los reduccionismos siempre son malos. Decir que todo el cine norteamericano es comercial y banal y decir que todo el cine europeo es pedante y elitista son dos afirmaciones tan bastas como imprecisas. Para muestra, el botón que nos ocupa, porque el nuevo film de Benchetrit da una vuelta de tuerca a lo que podría ser la felicidad desde todos los ángulos: recuperando los sueños de una adolescencia alucinada y mediatizada por las drogas y la música rock, o bien por la supervivencia de un embaucador trapalón que vende seguros y que es capaz de timar a su propia familia para salvar el pellejo ante su mujer.
Existe un innegable ejercicio de estilo en todo el film, que es narrado con una inteligente alternancia entre la fábula seudomágica y la reflexión social, con elementos dramáticos salpicados de unas agridulces notas cómicas que suponen el contrapunto perfecto a cada uno de los desquiciados personajes en su búsqueda desesperada de la solución que les salve, a fin de cuentas. El arranque del film no puede ser más divertido: un agente de seguros tiene que solucionar de inmediato un problema acuciante de liquidez y la única forma que se le ocurre es engañar a un primo suyo bastante colgado y obsesionado con la música que ha heredado una fortuna haciéndole creer que sus dos grandes mitos, John Lennon y Janis Joplin, en realidad no han muerto y van a visitarle. La pantomima sufre toda serie de peripecias a cada cual más descacharrante, hasta desembocar en una situación realmente chocante, para todas las partes –imagínense lo que puede suponer para un fanático de Lennon millonario y permanentemente insuflado de LSD ver aparecer de golpe al mismísimo autor de “Imagine”-.
La hábil batuta del director consigue orquestar una verdadera sinfonía en la interpretación, realmente plagada de momentos estelares entre los que destacan Lopez, Lambert y la tristemente desaparecida Trigtinant, impresionante en su doble papel de esposa abnegada y doble de Janis Joplin. La estructura dramática de la historia además fomenta la reflexión sobre una sociedad carente de auténticos valores y de una superficialidad aberrante. En esta divertida parábola sobre la supervivencia y la ilusión, están muchas claves del cine francés, que cada día está más establecido en sus propias fronteras, y que está aprendiendo con insuperable pericia a montar su propio “star-system” no solamente en las pantallas galas, sino en toda Europa y en buena parte de Norteamérica, donde muchas de sus cintas no sólo son exhibidas y aclamadas, sino también adaptadas a la cultura anglosajona, por no hablar de los muchos actores y directores –desde Jean Reno hasta Luc Besson, Jean Pierre Jeunet o Pitof- que han triunfando en el más puro Hollywood. Eso si que es vender los propios mitos.