Ficha película

Título:
Dickie Roberts (exniño prodigio)
Director:
Sam Weisman
Intérpretes:
David Spade, Mary McCormack, Jon Lovitz, Craig Bierko, Alyssa Milano, Jenna Boyd, Dick Van Patten, L
Calificación:
Crítica

Norteamérica y su mundo de fama, gloria y poder siempre ha originado verdaderas tragedias, y los que ayer eran verdaderas estrellas del cine y/o la televisión, hoy se suicidan para tener aunque sea un segundo más de audiencia en su existencia. Todos esos “juguetes rotos” del olimpo mediático han arrastrado leyendas como la de Freddie Bartholomew –que llegó a demandar a sus padres por despilfarrar su fortuna, ganada con sus interpretaciones infantiles- o la de Drew Barrymore, arrastrada por las drogas desde que muy pequeñita, se convirtiera en una estrella con “E.T., el extraterrestre”. Por eso el tema no sólo es interesante, sino muy emotivo. El problema ha sido darle una factura y un argumento de comedia realmente liviana, frivolizando en muchos casos con los abusos infantiles, las drogas y la falta de sentimientos, erigiendo la máxima de Lennon de “todo lo que necesitas es amor”. Y así es, pero que no empaqueten de una forma tan hortera.
La historia es la de una exestrella infantil de televisión que a sus treinta años es un aparcacoches de un restaurante de lujo y un buen día decide que quiere volver a nadar en la fama y la opulencia, dando un giro a su carrera, para lo cual tendrá que “asimilar” los valores infantiles “normales” que no pudo disfrutar, en un extraño alquiler a una familia donde pasará unos cuantos meses. Claro que esa “adaptación” a la “normalidad” no será nada fácil, tal y como era de esperar…
Aunque la idea es buena, y el final es un homenaje sentido –al más puro estilo de “We are The world”- a todos esos personajes perdidos de los sesenta y setenta, el film se desvirtúa por su vertiente más comercial y salchichera, banalizándose de una forma realmente pobre en todos sus desarrollos argumentales, tanto en los dramáticos –que resultan de lo más tópicos- como en los cómicos –que son tan predecibles y tienen tanto regusto a cine “familiar” que no encajan en el guión. En ese afán de hacer una parábola sobre los auténticos valores que deben tener los seres humanos –en una grandilocuencia que también sobra- el productor y también cómico Adam Sandler ha errado el tiro: lo que podría haber sido un interesante acercamiento a todos esos príncipes destronados que intentan como pueden recuperar un trocito, por pequeño que sea, de su pasada gloria, se ha convertido en un chiste de lo más grosero y basto a la industria del entretenimiento y el espectáculo –que ya tiene poco que ver con el auténtico cine- de Hollywood, lugar donde se desarrolla la historia, y que a tenor de lo que hemos visto, puede ser el paraíso o la puerta al más duro infierno.


Federico Casado Reina



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