El sudafricano Roger Michell estrenó este film en el Festival de Cannes del año pasado y cosechó no pocos elogios por este film austero y hasta cierto punto cruel, que dinamita no solo la estructura social de la clase media británica, sino que además pone en tela de juicio de una manera muy sutil la relación entre padres e hijos, ahondando en el llamado “abismo generacional”: la historia arranca cuando una matrimonio de jubilados va a visitar a su hijo a Londres, y el abuelo muere súbitamente, dejando a una viuda que no se resigna a asumir su papel de mujer de la tercera edad y quedar recluida en una solitaria casa en el campo o en una residencia de ancianos. De esta forma, la anciana decidirá vivir en la capital y comenzará una inesperada relación sentimental con un hombre al que dobla la edad y que para más lío, resulta ser el amante de su propia hija.
La provocadora situación que se plantea en el film es el detonante para que toda una vorágine emocional se cierna sobre los personajes, simplificando toda la posible corrección social y desatando los más bajos instintos entre los que se encuentra el de supervivencia y el de la más pura ambición, despersonalizando y restando carga moral a las conductas de los protagonistas. El ejemplar guión además logra unas dimensiones realmente ricas en cada uno de los posicionamientos vitales en el film, desde la acomodaticia clase media que no quiere problemas cuando llega a su lujosísima casa en plenas reformas, hasta el trabajador que sólo intenta sobrevivir y que se ve sorprendido en un fuego cruzado sentimental entre madre e hija que en realidad oculta unas historias previas no resueltas entre ambas. Otro gran acierto del film es la factura del mismo, que es limpia, aséptica, dejando transmitir toda la humanidad a los personajes, llenos de orgánicas y viscerales reacciones.
Resulta refrescante que un director como Michell, que ha probado las mieles de las grandes producciones como “Notting Hill” con Hugh Grant o “Al límite de la verdad”, con Ben Affleck y Samuel L. Jackson, siga apostando por transmitir de la forma más directa, más clara y con menos artificios; este cambio de línea de trabajo, que para muchos podría ser un claro “paso atrás”, en realidad supone un gran avance como cineasta que tiene que contar algo y que se vale de todos los medios a su alcance –en este caso, un producto mucho más intimista y menos grandilocuente, sin buscar la comercialidad fácil- para conectar con el espectador y casi susurrarle al oído que todos los tópicos sobre la edad, la sociedad e incluso la maternidad, pueden cambiar de la noche a la mañana con unas determinadas circunstancias, y recordándonos a la vez, que todos somos humanos.