Dentro del subgénero del juego, tras la magistral epopeya de Martin Scorsese en “Casino”, pocas cosas nuevas se habían dicho ya, además de las anteriores aportaciones de David Mamet, más cercanas a los timos que a los propios juegos. Por ello este film es insólito dentro del panorama: aquí el antihéroe no es otra cosa que un gafe, que es usado hábilmente por el gerente de un local de juego para “enfriar” las mesas en las que la banca está perdiendo demasiado dinero –de ahí el título original “cooler”, “enfriador” en español-. Uno de los elementos fundamentales de la película es William H. Macy, el actor perfecto para dar vida al perdedor, como ya le hemos visto desde “Fargo” hasta “Magnolia”; su registro es insustituible, tanto para encajar en el personaje como para dar el radical giro de la historia que sucede cuando el protagonista conoce a una madura camarera del casino y su vida cambia de la noche a la mañana, en todos los aspectos.
La originalidad de situar la “mala suerte” como “buena suerte” es un punto de inflexión de este tipo de historias que resulta original, así como el sentido del humor con el que se muestran todos y cada uno de los personajes de esta singular fauna que pueblan estos locales, unos como auténticos depredadores y los otros como verdaderas víctimas, llegando a confundirse en esta artificialmente fluorescente jungla de dados, cartas y fichas que significan la felicidad o la peor de las tragedias. La densa descripción de este submundo, tan lleno de egoísmo quizás no encaje demasiado bien en ese irónico sentido del humor, que a veces puede lastrar el resultado final.
Articulada como una fábula donde el amor ejerce una especie de poder redentor no ya contra la mala suerte, sino contra la “mala vida”, en general, la película tiene un tono esperanzador que resulta alentador, sobre todo para algunos personajes realmente abyectos –como el director del casino, interpretado por Alec Baldwin que le valió una nominación al Oscar este año-. No es en absoluto una película perfecta, como la vida misma no lo es, pero es una historia muy real, trasladada casi documentalmente al presunto paraíso de Las Vegas, donde en la trastienda del juego es donde realmente se ganan y se pierden vidas, que pueden estar llenas de felicidad, o sencillamente, carentes de toda esperanza por salir adelante dentro de toda la ambición exterior y el egoísmo de muchos que pretenden mantener una forma fácil para enriquecerse con la ilusión de los jugadores que piensan que pueden acceder a otra vida con una simple buena mano de cartas.