La “fábrica de sueños” que fue Hollywood, se convirtió durante un tiempo en la “fábrica de las pesadillas”, sobre todo cuando la Universal hizo famoso a los monstruos cinematográficos de Drácula, Frankenstein, el hombre lobo y La Momia. Años más tarde, en una pose autoparódica más inclinada a la comercialidad más burda, la propia universal revivía –nunca mejor dicho- el mito de La Momia en las manos de un director que apostó por los efectismos fáciles y la comedia para las dos sagas nuevas de La momia, con el pánfilo Brendan Fraser a la cabeza –en una versión hortera de Indiana Jones-. Y como ya tocaba meterse con los otros monstruitos, pues hala, de una tacada todos en una película, al mogollón. ¿La excusa? Pues nada hombre, no te preocupes, que también recreamos un personaje para que se los cargue a todos, en una mezcla de James Bond, “Matrix” y “En busca del Arca perdida”; ahora es cuando aparece Van Helsing –ojo, que ahora ya no es Abraham, como en la novela de Bram Stoker, un ilustre científico y profesor universitario, sino Gabriel, un macarra mercenario del vaticano dedicado a la caza de monstruos- con su siniestra indumentaria y sus bizarros aparatos capaces de enfrentarse con las mayores amenazas y salir airosos.
Además de que el guión se toma una serie de libertades con los mitos clásicos del cine y la literatura, lo que resulta auténticamente penoso es la vocación infantil y de vana y vacía espectacularidad que tiene este producto, que es en efecto, una especie de Frankenstein de otras muchas películas, con la exclusiva intención de generar muchísimos miles de dólares en taquilla. Los apabullantes efectos especiales, dotan al film de un toque videoclipero e infográfico más propio de los videojuegos que del cine en sí, logrando aburrir por lo excesivo de los mismo, que como en el circo, a cada secuencia intentan mostrarnos en “más difícil todavía”. Pero claro, todo eso sin una base argumental sólida –que no tiene- cae en el más absoluto de los ridículos –verdaderamente penoso son los “hijos de Drácula”, unas especies de pequeños murciélagos… sin comentario, vamos-. Para que el invento funcione mejor, se han cogido a dos de los actores de moda, el australiano Hugh Jackman –el lobezno de “Xmen”- y la británica Kate Beckinsale –que parece tener una de las peores carreras comerciales de los últimos tiempos, con “Pearl Harbor” o “Underworld” como muestras-, generando una aséptica “química” para cerciorarse además el público adolescente de ambos sexos. El resultado es una versión aún más hortera que “La liga de los hombres extraordinarios”, pero con todavía peor fundamento y resultados. Todo un insulto a la inteligencia, prostituyendo tanto los géneros cinematográficos como muchos de los mejores mitos fantásticos.