Basada en una historia real, el film valientemente dirigido por Aisling Walsh retrata la situación de unos reformatorios para menores de edad a finales de los años treinta. Estas instituciones, dirigidas con mano de hierro por una congregación católica, acoge con recelo a un profesor laico de talante más o menos liberal, que intenta mostrar a los pequeños que otro medio de redención –además de la mortificación y la penitencia- puede ser la amistad y la comprensión.
Planteada como un fresco social de incuestionable poder turbador –sobre todo por la feroz crítica a las instituciones religiosas-, la cinta llega hasta el espectador, removiendo desde la base muchas de las concepciones morales que podamos tener preconcebidas. ¿Se puede reinsertar un delincuente a la sociedad? Si es así, ¿qué “precio” tiene que pagar para redimir sus faltas? Y lo que es más problemático, incluso ¿qué precio tiene que estar dispuesta a pagar la sociedad para volver a admitir a esos “sujetos problemáticos? Todas estas cuestiones y otras más son planteadas con suma elegancia, inteligencia y una brillante sutilidad por el realizador, que además recrea todo el atormentado universo infantil de Charles Dickens, pero elevándolo al nivel de auténtica pesadilla, demostrando que tras las más amables intenciones pueden esconderse los más sádicos y perversos instintos, y que el presunto “orden” puede en realidad enmascarar la venganza o la crueldad más extrema.
En el apartado técnico, la factura del film es eminentemente tenebrosa, aunque tiene todavía la oportunidad de mostrar bastantes luces de esperanza, tal y como le sucede a los personajes que protagonizan esta historia de desheredados que buscan incansablemente un marco y un grupo de referencia al que pertenecer y que no sean rechazados, aunque eso les cueste más de una penuria. El personaje de Quinn es sin lugar a dudas, -junto con el del mega-sádico Iain Glenn, realmente terrible- lo mejor del film, mostrando las muchas dimensiones de un profesor que a su modo, también busca la redención tras haber vivido la barbarie en la Guerra Civil española, donde participó en las Brigadas Internacionales. Es cierto que hay momentos de gran violencia no solo física, sino también psicológica, y que ríanse de la crítica eclesiástica de “La mala educación”, comparada con esta película. Pero lo más dramático de todo, es que en realidad, todo esto sucedió, que todo esto está basado en personajes que existieron y que lucharon por hacerse entender, hacerse comprender debajo de todas esas capas de intolerancia apergaminada que exigía brutalmente el conciso cumplimiento de unas normas a veces sencillamente incomprensibles.