La trayectoria de este realizador francés, nunca ha sido “convencional”: todas sus películas han tenido un componente de riesgo muy elevado. ¿Les parece poco arriesgado hacer una película sobre uno de los mayores best-sellers contemporáneos? ¿Y hacer otra más donde no se hable ni una sola palabra? Y para rematar la faena... ¿qué me dicen de una cinta donde el protagonista sea, nada más y nada menos que -literalmente- un oso? Bueno, pues tanto “El nombre de la Rosa”, como “En busca del fuego” o “El Oso” fueron éxitos importantes para un realizador que no sólo demostraba un brillante talento a la hora de envolver al espectador en una historia, sino que además conservaba cierta “pureza” en su creación fílmica, que habitualmente los directores de grandes producciones de Hollywood han perdido.

La última apuesta de Annaud no es menos arriesgada en absoluto: en uno de los episodios más sangrientos de la Segunda Guerra Mundial -la batalla de Stalingrado-, provocar un duelo tanto físico como moral o ideológico entre dos francotiradores, uno de ellos perteneciente al maltrecho ejército soviético, y el otro perteneciente a la élite guerrera de la máquina béliza nazi que estuvo a punto de aplastar Europa entera. El resultado del film ha sido realmente impresionante, porque además de toda la justa grandilocuencia épica del film -muy bien lograda y resuelta-, Annaud traza un profundo retrato de los dos protagonistas que parece realizado con un hierro al rojo sobre un trozo de cuero, retándose a muerte a través de una mira telescópica. Otro elemento que el realizador francés utiliza con inteligencia a la hora de redondear una película realmente emocionante, es el trazado de líneas narrativas paralelas de la historia central del guión para descubrir progresivamente todos los personajes que componen este fresco histórico, tan brutal como enternecedor. Una malsana disputa amorosa por una chica entre dos amigos, unidos en el frente; lealtades encontradas; la ingenuidad ideológica corrompida por los intereses... toda una galería de recursos dramáticos que, situados sutilmente como fichas de ajedrez manejadas por un maestro, se mueven en un desarrollo que tiene un ritmo excelente. Y como colofón, señalar la fastuosa producción -la más cara de la historia del cine producido en el viejo continente-, en la que se encuentran unos efectos especiales que están al servicio de la historia -impresionantes los bombardeos de la aviación alemana- y una banda sonora de Horner que reproduce con frialdad y agudeza ese “duelo” imparable. Una gran película, que inexplicablemente, fue recibida con frialdad en la última edición del Festival de Berlin. Pero claro, Annaud ya debe estar acostumbrado y sabe -como antes- que el tiempo acaba dándole la razón.