Que el lenguaje cinematográfico está cambiando no es ningún secreto: las nuevas técnicas computerizadas, los videoclips, la televisión y los videojuegos han influido en las últimas tendencias en las películas y llega un momento en el que casi no podemos diferenciar entre la pequeña pantalla, la de una consola o la de un cine. Incluso Pierce Brosnan, ha protagonizado su nueva propia película sobre el agente 007 en “Todo o nada” junto a la supermodelo Heidi Klum, solo que se ha estrenado en exclusiva en la Playstation, y la Xbox. Todo es lícito con tal de darle al consumidor lo que demanda, en su propio lenguaje y con sus propios gustos. No hay que echarse las manos a la cabeza, ni ejercer timoratos y retrógados intentos de volver al clasicismo, porque en su día visionarios como Murnau, Welles, Hitchcock, o Kubrick, rompieron las reglas establecidas para alcanzar una nueva forma de comunicación cinematográfica más acorde con el espíritu de los tiempos.


Esta revolución multimediática se ha reflejado en películas como “Matrix”, con el problema que afanadas en una irritante trascendencia, no han conseguido aquello para lo que realmente estaban concebidas: entretener. El mismo productor que ha creado películas como “A todo gas” o “XXX” se ha dejado de zarandajas, y ha creado una película perfecta para toda la subcultura adolescente centrada en las motocicletas, con dos únicos propósitos: la espectacularidad y la descarga de adrenalina a través de la velocidad. Todo el resto de la película se supedita a las sobrecogedoras e impresionantes imágenes de persecuciones, carreras y peleas sobre dos ruedas, que jamás se han rodado de esta forma en la historia del cine. Ni a soñar que se pusieran Peter Fonda, Dennis Hopper y Jack Nicholson cuando protagonizaron “Easy Rider” vivirían estas trepidantes aventuras, que llevan al protagonista de “Torque, al límite” a enfrentarse con varias bandas moteras que intentan representar todas las posturas de aquellos que se montan en una motocicleta, desde los que eligen las “customs”, rockeros y “chicos malos” a los fanáticos del “racing”, que sueñan con una moto a reacción para alcanzar el mayor subidón jamás sentido por nadie. Por eso el curtido realizador de videoclips Joseph Kahn ha sabido muy bien simplificar todo lo demás y quedarse con el meollo de la cuestión: una esquemática y maniquea historia que parece sacada de un cómic –sobre todo por la simpleza de los personajes- para mostrar la salvaje e impresionante capacidad del hombre para sentir la velocidad encima de un medio de transporte que ya se ha convertido, para muchos, en una verdadera filosofía de vida. Y a esta gente, se le tiene que hablar en su idioma, porque es sencillamente lo que buscan. Esta película lo hace honestamente, y logra conectar con su propio público.