Aprender de los errores siempre es bueno. Si en “Una mente maravillosa” Ron Howard apostaba directamente por ir a los Oscars para afianzar su carrera como director, con un film hecho a la medida de la Academia de Hollywood –personaje con problemas psicológicos, que además retrataba la historia de Norteamérica, y que además tenía una tortuosa historia de amor con su esposa, a punto de desmembrar la unidad familiar…- en esta ocasión ha decidido hacer una película sin más, basándose en un famoso best-seller, que toca uno de los temas preferidos de los estadounidenses, a tenor de la producción de Hollywood: el lejano oeste y cómo los colonos sobrevivieron a un entorno hostil, uniéndose como un puño ante multitud de amenazas.
A diferencia de Anthony Mighella con “Cold Mountain”, la cinta que nos ocupa no es pretenciosa y lo único que intenta, es aglutinar en una sola historia un cúmulo de problemas que una madre tiene a la hora de mantener como buenamente pueda una relación familiar, primero con sus dos hijas –una de ellas es secuestrada para ser vendida por los indios como esclava en México- y segundo, con su marido, que regresa después de 20 años de ausencia repentina, todo ello en el marco del Lejano Oeste. Para colmo, todo ello está aderezado con algún elemento terrorífico y sobrenatural que dinamiza la historia, puesto que la madre protagonista es curandera, y el secuestrador indio apache, tiene también poderes sobrenaturales. Aunque pueda parecer chocante este gazpacho de géneros cinematográficos, la mezcla final es muy interesante y la película le ha quedado al señor Howard de lo más lustroso que ha hecho en los últimos tiempos, tras los patinazos de “Ed TV” –que fue una especie de “réplica” a “El Show de Truman”- o “Apolo 13”. Todo el tono aventurero que nos encandiló a todos en la injustamente olvidada “Willow”, ahora ha vuelto en esta película presuntamente liviana, pero llena de un malsano sentido crítico contra la “perfecta unidad familiar”, tan en boga en los Estados Unidos, y que ya zozobraba a tenor de lo visto, desde que “la conquista del Oeste”.
Además de una factura impresionante que no tiene nada que envidiar a ninguna superproducción –brillantísima la partitura de James Horner- merece la pena señalar el monumental duelo interpretativo entre dos monstruos cinematográficos como Cate Blanchett y Tommy Lee Jones, que arropan todo el film con su inestimable presencia.