La radiografía de la maldad, desde todos sus ángulos, ha sido uno de los elementos más importantes en el llamado “cine de psicópatas” que tan de moda ha estado estos últimos años. Lamentablemente y vista la rentabilidad de estos productos, Hollywood ha corrido para hacer cientos de películas que han girado en torno a las mayores salvajadas, crímenes y enfermedades mentales, en las que –como rezan los estudios psiquiátricos- hay mayoría de hombres. Y como parecía que la fuente estaba agotada y ha habíamos visto cortar, desmembrar, mutilar, descuartizar, desollar, escaldar y hasta triturar a pobres víctimas a manos de psicópatas masculinos, se echa mano de una “presunta psicópata” –que, insisto, psicológicamente no es un término correcto aplicado a una mujer- que fue condenada a muerte tras cometer siete asesinatos.
La controversia levantada por el caso de la prostituta homicida Aileen Wuornos sólo es comparable con el radical cambio físico a que la preciosa Charlize Theron se ha sometido para ganarse un Oscar, nada más y nada menos. En cuanto a la historia que nos cuenta, no es en absoluto nueva: una persona que ha sufrido lo suyo en la infancia, sobrevive como puede y cuando cree encauzar su vida con un nuevo amor –una chica- decide “hacer justicia” a todos los que intenten “forzarla” sexualmente. Como espectadores, podríamos decir que “estamos curados de espanto”, y aunque el film se base en un dramático hecho real, cinematográficamente hablando no nos cuentan nada nuevo. Es más, esta directora que acaba de desembarcar en el mundo del largometraje con este film –tras una exitosa carrera en el cortometraje norteamericano con “Velocity Rules” y “Just Drive”, ambos conocidísimos en casa de sus amigos y sus padres…- utiliza cansinamente todos los más manidos recursos de truculencia y pena fácil para intentar estremecer y apabullar al espectador, resultando muy previsible y aburrido el resultado final.
El único elemento a destacar del film, sin lugar a dudas, es la interpretación de Charlize Theron, que está prácticamente irreconocible. Tras haber ganado el Oscar y el Globo de Oro y tras haber visto que Nicole Kidman hizo lo mismo con “Las horas”, cabría preguntarnos si realmente para que uno tenga que ser considerado como “buen actor” tiene que adelgazar o engordar, ponerse prótesis en la nariz y la boca, y así dar un radical cambio a la imagen. Personalmente, creo que un actor tiene que aportar credibilidad con la actuación, y no con una determinada transformación física, aunque hay casos honrosos, como los de Robert DeNiro en “Toro Salvaje”; y también podríamos citar el de la propia Charlize, porque, siendo justos, se merece los premios. Pero “Monster”, ni uno.