La comedia romántica siempre ha estado vinculada en las distintas épocas a nombres concretos: Cary Grant, Audrey Hepburn, Clark Gable, Meg Ryan o Richard Gere solo han sido algunos ejemplos de actores y actrices que han modelado –cuando no “moldeado” a los personajes con sus respectivas personalidades propias. Pero en el caso de Jack Nicholson, no solo la comedia romántica ha sido un género propio, sino que prácticamente todas las películas en las que estaba presente han sido influidas por su poderosísima, caprichosa y singular personalidad. ¿Qué hubiera sido del psicópata de “El Resplandor” sin él? ¿Y del astronauta borrachín de “La fuerza del Cariño? Seguramente, no habrían tenido sentido alguno. Así pues, la trayectoria de este actor ha ido marcando progresivamente los papeles que interpretaba, hasta llegar al de “Mejor imposible” que fue directamente escrito pensando en él –y haciendo realidad la máxima de Lee Strasberg de que “el actor era el personaje”, más que nunca-.
Pero Nicholson, además de ser egocéntrico y excéntrico, se nos olvida que es un prodigioso actor, con una versatilidad mucho mayor de lo que muchos creen y así lo ha demostrado en su último film, con un registro que se aleja mucho del histrionismo y los tics a que nos tiene acostumbrados, aunque su personaje se acerca bastante a su personalidad real, dentro de una delirante historia que se pone al servicio de una divertida maraña de enredos sentimentales de lo más original: un productor musical sesentón se va con su última novia, una veinteañera despampanante, a una casa en la playa, donde él va a sufrir un infarto y se va a encontrar con la madre de la chica –casi por este orden- y al recibir ayuda médica conocerá a un doctor que se enamorará de la madura y atractiva mujer propietaria de la villa. Dirigida con acierto y pulso por una curtida Nancy Meyers –guionista y directora especializada en este noble, aunque comercial, género- la película traza una inteligente parábola sobre los amores intergeneracionales sin llegar al ridículo, y haciendo creíbles que Keanu Reeves se enamore de Diane Keaton y que el carismático Nicholson cautive a la preciosa Amanda Peet. Con componentes autobiográficos, la autora logra encajar en la historia a tan impresionante reparto de estrellas y extrae sus mejores interpretaciones, haciendo olvidar los conocidísimos registros de cada uno de ellos –incluida “Matrix”-, permitiéndose añadir un regusto agridulce a la conclusión de la historia que la aleja de los tópicos clásicos de este tipo de filmes. Pero lo más importante, son las monumentales interpretaciones de los dos protagonistas, que hipnotizan cada vez que llenan con su excepcional presencia cada plano.