Ficha película

Título:
Casa de Arena y Niebla
Director:
Vadim Perelman
Intérpretes:
Jennifer Connelly, Ben Kingsley, Ron Eldard, Frances Fisher, Kim Dickens, Shohreh Aghdashloo
Calificación:
Crítica

La progresiva deshumanización de “modo de vida americano” ya se ha trasladado a todo occidente, y raro es que no se cometa ninguna barbaridad contra un modélico ciudadano por no haber pagado una multa de tráfico, o por no cumplir religiosamente con su demanda de separación, terminando muchas veces estos casos como el rosario de la aurora, cuando no en el depósito de cadáveres. La indefensión ante las estructuras de poder establecidas provocan no solo frustración, sino además violencia y todo tipo de bajas pasiones; Andre Dubus III retrató todo esto de manera ejemplar en la historia de una novela donde una alcohólica reformada pierde su casa en un repentino desahucio por no haber pagado unos injustos impuestos y para colmo, la herencia de su padre termina siendo vendida a una familia iraní que intenta sobrevivir como puede y pretende revenderla para así ganarse un dinerito.
Pero lo mejor del excelente guión es la acertadísima forma de describir a cada uno de los personajes, provocando verdaderos dilemas morales ya que, al igual que sucede en la realidad, todos somos uno poco ángeles y un poco demonios; y si encima, estos pobres personajes han aprendido a sobrevivir al precio que sea, comprobando que se produce justa o injustamente la filosofía de vida del “sálvese quien pueda”, pues entonces cualquier motivación personal por pequeña que sea prevalecerá como si fuera la vida misma en ello. Resulta también verdaderamente sorprendente la soltura y dominio de la imagen de este publicista de origen ucraniano, al que se le apareció la Virgen cuando compró una novela en un aeropuerto, que luego sería su primer film producido nada más y nada menos por Dreamworks –la productora de Steven Spielberg- y protagonizado por esos monstruos como son Kingsley y Connelly. La reflexión trazada en la historia además roza temas tan peliagudos como el racismo, la xenofobia, la propiedad, y la base misma del capitalismo con una ironía demoledora, dinamitando todo aquello que nos podría parecer “justo”, pero que si escarbamos un poquito, está manifiestamente en contra de toda posible felicidad personal.
Podría haberla hecho Costa-Gavras, denunciando una situación, pero al final ha sido un novato el que ha buceado en los cimientos mismos de la sociedad occidental para destilar un pensamiento que muchas veces nos asalta, pero que casi siempre intentamos evitar, haciendo imponer nuestros propios criterios: todos tenemos nuestras razones y todas ellas son perfectamente lícitas.


Federico Casado Reina



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