¿Qué sucede cuando dos “freakys” como los Farrelly se integran en la producción de Hollywood? Aparte de poder contar con un enorme presupuesto y con estrellas de la talla de Kinnear o Damon –que en principio, los siameses iban a ser nada más y nada menos que Jim Carrey y Woody Allen…- pues que todo el toque gamberro termina por ser “domesticado”, aunque se conserven algunas claves de su particular sentido del humor escatológico y sandunguero. Pero lo peor no es eso, lo peor es que durante todo el metraje, los Farrelly cambian el registro humorístico súbitamente a otro mucho más “serio” y “trascendente” que chirría en todo momento, resultando no solo increíble, sino además de lo más ridículo.
El hecho de centrar su nueva película en dos hermanos siameses, resulta de lo más original, y la propuesta ciertamente, tiene su gracia: dos hermanos trabajan en un restaurante de su pueblo, pero uno de ellos quiere ser una estrella del cine, mientras que el otro aspira solamente a tener una familia. Tan surrealistas propuestas suben de tono cuando ambos deciden irse a vivir a Los Angeles para probar suerte, uno en la interpretación, y el otro para conocer a una chica con la que contactó por internet. A partir de ahora, las delirantes secuencias se suceden en el periplo existencial de estos dos personajes, siempre unidos –y no en sentido metafórico, sino en el más físico-. Aunque esas claves surrealistas y originalmente rompedoras planean por toda la película, no terminan por concretarse en ningún momento, dejando solo atisbos de lo que podría llegar a ser y frustrándose muchas secuencias que podrían haber dado mucho más juego. Además, hacer “creíble” una propuesta tan absolutamente desquiciada –dos hermanos siameses unidos siendo ya bastante adultos, y cada uno desarrolla una vida diferente…- es ya de lo más inverosímil.
Aunque hay momentos en los que brilla el desvergonzado ingenio de estos dos hermanos –en los que la dualidad, como en ellos mismos, es un elemento recurrente, como ya sucedió en “Dos tontos muy tontos”- la mayoría de las veces, el film resulta errático, sin llegar a alcanzar un tono definido, ni como comedia, ni como drama, ni siquiera como reflexión de la individualidad y la libertad personal por encima de las relaciones familiares –algo que plantean-. Por lo menos queda disfrutar de la presencia de la bombástica Eva Mendes, que es mucho mejor actriz de lo que puede parecer, y de algunos que otros momentos salpicados tanto de disparatado descaro como de entrañable ternura, pero que como tal, repito, no encaja en una historia tan poco creíble como esta. Si jugamos a las fábulas, perfecto, pero con sus propias reglas, que nadie se imagina a La Bella Durmiente en un grupo de terapia.