Muchos nos sentimos realmente sorprendidos -e incluso, indignados- por la ausencia de reconocimientos para este film en la última edición del Festival de Cine Español de Málaga, puesto que el primer largometraje de Roberto Santiago fue, con mucho, la mejor película de una maltrecha sección oficial. No es sólo por su chispeante originalidad, ni por su innovadora propuesta narrativa, sino que a todo ello hay que unir una inmensa solidez de sus intérpretes y unos diálogos francamente memorables.





El envite que este joven director ha hecho en su primer largometraje podría ser calificado por muchos de suicida, ya que ha trastocado la estructura argumental tradicional -esto es, primer acto, segundo acto, protagonista, antagonista, clímax, puntos de giro, etc.- por una serie de momentos o situaciones que muestran una realidad patente para los personajes y los que le rodean. En esos pocos momentos que tenemos la suerte de contemplar -escritos con un acierto poco común- el carácter fragmentario de una generación de hombres que han buscado su propia realización a través de los más insospechados recovecos -el trabajo, el sexo, el matrimonio, la familia, etc.-, ocasionando unos resultados todavía más chocantes e inesperados. En dicho mural, se encuentran Ángel, un atractivo treintañero casado y con tres hijos, de vida extramarital bastante concurrida, su hermano, un fabricante de armas bonachón que no consigue encontrar pareja estable, y el íntimo amigo de Carlos, un hombre que ha de consentir que su jefe tenga un “affair” con su propia esposa que es secretaria en la empresa en que trabaja. Si a todo ello unimos las múltiples influencias que originan Ana, la mujer de Carlos, y la íntima amiga de esta, llegamos a un punto en que la comedia se desparrama por doquier, aunque, eso sí, articulándola en torno a temas tales como la complicidad, fidelidad o sencillamente, la felicidad. Separaciones, encuentros, desencuentros y aventuras, son los ejes de un cuadrilátero donde el realizador parece poner a los dos sexos, dispuestos a enfrentarse entre sí para siempre, pero necesitando precisamente de ese enfrentamiento. Para recochineo, Santiago se permite añadir algún que otro toque de realismo mágico que termina de redondear la obra y sumar más elementos de comedia.





No hace falta elogiar los trabajos de Sergi López y Aitana Sánchez-Gijón, soberbios en sus respectivos personajes, pero sí habría que reivindicar a Carlos Hipólito, un excelente actor teatral no demasiado prodigado en el celuloide nacional, como un rostro cinematográfico. Por lo demás, la película funciona a la perfección, con los elementos contemporáneos necesarios para llegar a todo tipo de audiencias, en un refrescante formato de comedia ideal para la actual y maltrecha cartelera de verano.