La capacidad de emocionar al espectador quizás sea la clave más importante en un buen director de cine; la perfección técnica y dominio de la imagen de muchos se termina supeditando a la mayor o menor conexión con el público que está visionando una película. Es entonces cuando la ortodoxia cinematográfica y el virtuosismo dejan de tener sentido para, sencillamente, sentir la expresión pura, los sentimientos y la psicología de los personajes que nos cuentan –en definitiva- una determinada historia. Sheridan ya ha demostrado sobradamente su enorme dominio de las emociones humanas en sus películas, desde su primer film, ya que “Mi pié Izquierdo” era mucho más que una singular biografía de un no menos singular pintor tetrapléjico, sino que además lograba mostrar la adaptación y la dignidad misma del ser humano. Sus siguientes filmes, alternados siempre con su faceta de director teatral, han sido pequeñas perlas, joyas que además de emocionar, estaban imbricadas de un fuerte sentido de la implicación personal, como en el caso de “En el nombre del padre”, o en “El campo”, donde se repasaba buena parte de la historia y la sociedad irlandesa. Desde el año 97, en que nos regaló “The Boxer”, una preciosa parábola sobre la supervivencia y el tesón, Sheridan no había vuelto a hacer cine, y ahora lo ha hecho con una cinta tan propia que ha sido escrita por él mismo y sus hijas, rememorando su experiencia cuando llegaron en 1982 a Nueva York: la historia de una familia irlandesa que arrastra el drama de la muerte de un hijo pequeño es el pretexto para mostrarnos las precarias condiciones sociales de Nueva York en las clases bajas. Aún así, el realismo social más dramatico –y convenientemente dramatizado- se mezcla con un elemento soñador verdaderamente precioso y poético, ya que la narradora de la historia es una de las hijas que nos va contando paulatinamente los avatares en la vida de su hermana, su madre y su luchador padre –que llega a acarrear un enorme aparato de aire acondicionado por todo Manhattan para que su familia no pase calor-.
Pero -¡ay!- las buenas intenciones del film se ven en parte malogradas por una proliferación demasiado gratuita de primerísimos primeros planos –cosa que cualquier director habría hecho, con la excelente expresividad de las dos niñas protagonistas- que ralentizan la historia notablemente. De todas las formas, el film es un conmovedor viaje, un precioso canto al pilar básico que mantiene unido a todas las familias del mundo, y que es capaz de sobreponerse ante cualquier adversidad, por grande que esta sea, convirtiéndola en un elemento que une aún mas: el amor.