El novelista más prolífico de Hollywood desde hace décadas, ha sido Michael Crichton, con permiso de Stephen King por supuesto: de él debemos desde las inquietantes salas de hospital de “Coma” hasta los dinosaurios de “Parque Jurásico”, sin olvidar la problemática sexual de “Acoso” o los inteligentes gorilas de “Congo”. Una de sus más recientes novelas tocaba el ya consabido tema de los viajes en el tiempo, concretamente al medioevo francés, en el que la conquista de un inexpugnable castillo suponía un giro fundamental en la historia de la Guerra de los cien años, y unos científicos trasladados allí desde la actualidad tenían que forzar la historia para que el mundo no cambiara. En la historia del cine ya se ha explotado la temática sobradamente, incluso con el tema de la Edad Media –desde comedietas tales como “Caballero Negro” a las muchas adaptaciones de la obra de Mark Twain, “Un yanqui en la corte del Rey Arturo”- y en la obra original se intentaba dar un una nueva vuelta de tuerca con la exploración de la historia misma a la hora de que un grupo de arqueólogos intentaba comprender cómo el ejército francés pudo conquistar un inexpugnable castillo asediado durante días a los conquistadores ingleses.
Pero todo lo que en la novela tiene de viaje iniciático, de licencias singulares en los personajes que saltan en el tiempo –cada uno con una característica especial, desde el amante de las espadas a la aguda científica, pasando por los tres militares de élite entrenados por el gobierno-, en la película se ha trastocado notablemente; aunque ello no tendría que suponer un menoscabo –de hecho, las mejores adaptaciones literarias suceden cuando se “traiciona” deliberadamente al autor del libro- en el film simplifica demasiado la trama, quedándonos durante la inmensa mayoría del metraje con una cinta puramente de aventuras medievales, cuando tendría que ser una carrera contra el reloj para hacer coincidir el curso de la historia –como sucedía, por ejemplo, en la primera parte de “Regreso al futuro”, donde se alcanzaba una ejemplar coherencia argumental entre el presente, el pasado y el futuro (o “posible” futuro)-. Por el contrario, la película adquiere un encantador tono de serie “B” en el que Richard Donner –el curtido realizador de “Supermán”, “La profecía”, aunque también perpetrara la saga de “Arma Letal”- domina toda la película, aunque se echan en falta unos actores más convincentes, una mayor profusión argumental que sitúe al espectador y algo más de ritmo en el centro del segundo acto, que a ratos se torna algo tedioso. Si se trata de manejar el “tiempo” en una película, Donner tenía que haberlo hecho mejor.