Desde que en 1984 nos sorprendieran con “Sangre Fácil”, los controvertidos filmes de los indefinibles hermanos Coen no pueden calificarse de “tibios” o “convencionales”: forjando su particular y desquiciado universo -que bebe tanto de la estética de cómic, como de los clásicos cinematográficos- muchos somos los que veneramos buena parte de su filmografía y otros tantos abominan de ella. Capaces de deslumbrar con su inimitable maestría a la hora de la narración cinematográfica en los géneros más diversos, pero manteniendo su cosmos privado y cómplice con el espectador, han demostrado en numerosas ocasiones que pueden salir airosos de cualquier envite al que se enfrenten, desde las sátiras más mordaces -como “Arizona Baby” o “El Gran Lebowski”-, a los dramas más negros que se salpican de cáusticos guiños sociales -como la soberbia “Fargo”-.





Por eso resulta desesperanzador ver que su trayectoria ha sufrido un serio bache con su última cinta, adaptación de un texto tan clásico y mítico como “La Odisea” de Homero; ahora el trasiego de los protagonistas se centra en la Norteamérica de los años treinta, donde tres presos condenados a trabajos forzados consiguen fugarse y en su devenir hacia la libertad -o la ensoñación de una vida mejor- conocen a los más dispares personajes, desde un gángster a un peculiar vendedor de biblias tuerto -en un, nunca mejor dicho, guiño al personaje de Polifemo-. La música, que en tantas ocasiones ha formado parte integrante del lenguaje audiovisual de los Coen, ahora ha tomado mayor protagonismo, casi rozando el tono musical en su último film.





Y ahí es donde la historia no funciona: la exhaustiva descripción de muchas situaciones y personajes -que podrían haber sido atractivas para los espectadores que ya conocen su discurso- se ha tornado pesada, lenta y aburrida. Igualmente, el surrealismo en el llamado “humor del absurdo” que tan bien han empleado en buena parte de sus films, ahora tampoco funciona, chirriando a cada escena que surge. Sólo queda por elogiar el excelente trabajo de Clooney, que convertido en una casi réplica apócrifa de Clark Gable -peinado de fijador y bigotito incluido- hace el que sin duda es el mejor papel de toda su carrera.