En todas las disciplinas artísticas hay una serie de reglas, una serie de “acuerdos” entre los que emiten un mensaje y los que lo reciben, para de alguna forma, conectar un compendio de ideas. Algunas veces unos cuantos “snobs” intentan romper dichas reglas para investirse con el hábito de “genios”, pero en realidad, son falsos mesias, mediocres artistas que necesitan la transgresión para poder comunicar algo. En cambio, muy de vez en cuando, surge un verdadero artista que no solo rompe las reglas que existían, sino que se inventa reglas nuevas para transmitir todo aquello que quiere, en algo más que un discurso intelectual, en un compendio de sentimientos y emociones que otros no podrán retratar ni en dos vidas. Mozart, Cervantes, Goya, Picasso, Orson Welles… son nombres que han sabido crear su propio lenguaje, sus propias reglas para la comunicación, como también le ha sucedido al más insólito y extraordinario director del cine mundial, que será aclamado con el paso de los años, siendo el baluarte de una nueva forma de comunicación; porque Lars Von Trier a cada film ha añadido algún elemento nuevo a la forma de ver y hacer cine. En su nueva película –si es que podemos llamarla así, porque es un término que se nos quedaría corto- mezcla el cine, el teatro, la danza contemporánea, toda la expresión artística más elevada para simplificar conceptos y quedarse con la idea, el núcleo dramático que genera una sorprendente comunicación que llega hasta lo más hondo, y lo que es mejor, sin utilizar ningún recurso arcaico ni de la técnica cinematográfica, ni de ningún otra técnica artistica: reinventando todo y provocando casi un recogimiento religioso y ceremonial en su discurso, que hace que simplifiquemos lo innecesario para establecer una comunión única entre comunicador y espectador.
El planteamiento de la historia, es bastante simple: en plenos años 30, una mujer huye de la mafia y se refugia en un pueblecito de las montañas rocosas. A partir de entonces, las relaciones entre la chica y los vecinos serán de lo más curiosas e irán desde la aceptación inicial, llena de cálidas intenciones, hasta los recovecos más intrincados del alma humana. La monumental dirección de actores es tal que quedamos realmente maravillados ante los matices que el realizador es capaz de extraer de actores tan famosos, pero con registros inéditos en su anterior carrera interpretativa. Demostrando que la simpleza es capaz de ser tan compleja como la más manierista de las posturas artísticas, Trier ha vuelto a reinventar el cine en un nuevo milenio, con una forma sorprendentemente conmovedora de comunicar lo que antaño tenía que hacerse de otras formas que ya han quedado obsoletas con esta verdadera joya artística, que va más alla del cine y de cualquier encorsetamiento que se le quiera poner, porque es sencillamente Lars Von Trier.