Además de un espectáculo, no cabe la menor duda que el cine es un poderoso elemento de reflexión social y uno de las más completas expresiones artísticas. Desgajado en varios géneros –por cierto, cada vez más difusos en la experimentación reciente de los más vanguardistas creadores, capaces de mezclar documental, ficción, terror, realismo, humor y drama- durante el siglo XX el cinematógrafo ha creado un propio lenguaje de imágenes que le ha trascendido a la televisión, al vídeo o la infografía. Pero a veces, basta con mostrar la realidad de la forma más austera para conseguir el impacto en el espectador, que es capaz de apreciar sobradamente la esencia exenta de cualquier barroquismo. Icíar Bollaín lo ha logrado con esta cinta valiente, incisiva, emocionante e intensa, que invita a la reflexión sin llegar en ningún momento al maniqueísmo y abordando con una lucidez encomiable un tema tan dolorosamente avergonzante para el hombre como la violencia doméstica, con todas sus consecuencias. Su gran acierto y madurez como realizadora, ha sido adoptar una postura de imparcialidad capaz de mostrar las dos partes implicadas en dicha situación: tanto al maltratador como a la maltratada.
La película, además de haber sido aclamada en la pasada edición del Festival de San Sebastián -obteniendo justificadísimamente además los premios a las mejores interpretaciones masculinas y femeninas- es una continuación de un excelente cortometraje “Amores que matan” que la directora hizo hace unos años, y que también tenía a Luis Tosar como Protagonista; en esta ocasión, Bollaín nos sitúa en el abismo de una mujer maltratada que decide separarse de su marido, llevándose a su hijo a casa de su hermana. Mientras, el marido intenta “solucionar su problema” asistiendo a un grupo de terapia psicológico, y luchando por volver a la estabilidad matrimonial, aunque las cosas no son tan fáciles como parecen en un primer momento.
El magnífico guión escrito por Alicia Luna y la propia directora, es capaz de trazar una serie de analogías poéticas verdaderamente admirables, tratándose de un tema tan sórdido e injustificable. La evolución dramática es impecable, pausada y demoledoramente sobrecogedora, intentando atajar todas las causas y factores que influyen en esta problemática. El amor, el deseo, la posesión o el delirio son tocados sin aspavientos, pero hasta sus últimas consecuencias, en una de las mejores visiones jamás realizadas a este respecto en la historia del cine. Si a todo ello sumamos las geniales interpretaciones de todo el reparto –destacando Tosar y Marull, los protagonistas-, tenemos una película auténtica, en una reflexión apesadumbrada, profunda y conmovedoramente feroz. Una fantástica película.