La inexperiencia, se paga caro, sobre todo cuando se levantan ciertas expectativas. La creencia del cine español, carente de una sólida estructura industrial, en que los guionistas también pueden ser directores, actores o productores es un craso error, como se ha demostrado con casos como los de Joaquin Oristrell, un brillante guionista que ha fracasado repetidamente como director. Algo parecido ha sucedido con David Serrano, creador del refrescante guión de “El otro lado de la cama”, que dirigida por el curtido Emilio Martínez Lázaro, supuso un verdadero revulsivo para el cine español, cautivando el interés del público en una comedia musical muy original y divertida.
Pero ahora, ya metido a director, Serrano intenta dar una vuelta a la tuerca, volviendo al final al mismo sitio en el que el cine español lleva muchísimos años: al realismo social teñido de elementos de comedia. Intentando reinventar, sin conseguir, la fórmula que Berlanga ya casi ha patentado, este director se estrella estrepitosamente con una historia centrada en un grupo de amigos de barrio que antaño tuvieron un equipo de fútbol y que ahora van a volver a rehacer. Un actor en paro, un policía, un taxista exconvicto, un oficinista, un conductor de autobuses y un estudiante tardío intentarán poner en orden sus vidas y sublimar, a través del triunfo de la liguilla en que se han inscrito, todos los fracasos que tienen en sus vidas. A estas alturas, y hartos ya de ver toda la corriente social del cine inglés, con Loach, Frears, Cattaneo y demás, resulta algo pobre intentar replicar dichos parámetros, sobre todo tomando prestados recursos de lo más “cañís” del propio cine español de los sesenta –incluso vemos algún reflejo del peor cine de Landa y Ozores-. El mismo equilibrio que se mantuvo a raya en “El otro lado de la cama”, ahora se ha desbordado en esta película carente de mesura y donde los chistes se suceden aleatoriamente con el único motivo de hacer avanzar una historia que en realidad no avanza normalmente, sino cuando ya no existe otro recurso y a trompicones en el final. Es innegable que los trabajos individuales de algunos actores –sobre todo Alterio y San Juan, aunque realmente, no encajen en sus papeles- son brillantes, y hay algunas secuencias muy hilarantes, pero en el cómputo final del film, los intentos de una “originalidad” han fracasado a todas luces, porque jugar a ser Berlanga, es muy, muy difícil sin repetir los mismos recursos y utilizarlos bien, ya que de la grosería y el chiste fácil, a la reflexión generacional –cosa también harto pretenciosa, presente en el film- sólo hay un paso, que desde luego, el realizador y guionista, no ha tenido demasiado claro.