Siempre he mantenido –y lo sigo haciendo- que tomar partido en una historia siempre termina por hacer un flaco favor a las intenciones el realizador. En el caso del film que nos ocupa –y que me recuerda por su concepción y factura a “Tormenta de Hielo”- la historia está basada en un caso real que le sucedió al mismísimo director de la película, es decir, que su novia fue asesinada y él tuvo que mantener la postura que todos –incluso él mismo- esperaban frente a los sentimientos que terminaron por nacer en el momento más insospechado e inoportuno. En el film un adorable y tímido chico que tiene una novia no menos encantadora ve truncado sus planes de futuro cuando ella muere violentamente, aunque a pesar de todo, él siga integrado en la vida de sus “suegros” y espere el juicio por dicho crimen.
Lo más notable de este film es el sorprendente cambio de registro en una historia de estas características: lo que sería un terrible melodrama sigue teniendo las claves dramáticas, pero a la vez está salpicado de un humor inteligente que hace más atractiva la historia, que a la postre es un viaje interior bastante intenso entre lo que a una persona le dicta el corazón y el cerebro, quedando la mayoría de las veces contrapuesta la razón a los irrefrenables sentimientos. Silberling, además, utiliza muy bien el marco de la Norteamérica rural de los setenta para encajar dicha disquisición entre moral y ética personal, ayudado por los incuestionables trabajos de los actores, entre los que destaca una memorable interpretación de Susan Sarandon, rozando la genialidad.
El único problema del film, es que supedita finalmente el desarrollo de la historia a las emociones de los personajes: en el arranque de la película es verdaderamente apasionante ver cómo cada uno intenta “adaptar” sus respectivas vidas a la nueva situación, tras la muerte de la chica: el padre realiza una “negación”, el novio “asume” su rol de “viudo”, y la madre intenta seguir adelante con cierta dosis de ironía, quizás la más arriesgada manera. Eso es lo verdaderamente interesante del film, que se empieza a diluir en la historia de amor que el protagonista empieza a vivir fortuitamente en su nueva situación, subordinada también al proceso judicial, que es de lo más predecible y tópico que hayamos visto en años –aunque Holly Hunter lo hace más soportable-. En este caso, como le pasa al protagonista, el realizador ha terminado dejándose influir por el corazón a la hora de contar la historia, cosa muy lícita y comprensible en su caso.