La política de distribución en España a veces puede rayar en el más completo surrealismo. Han de pasar cinco años y numerosos premios internacionales para que un film que no sea de nacionalidad norteamericana llegue a nuestras pantallas. Evidentemente, eso no asegura una determinada calidad en la cinta a estrenar, pero al menos, se le presupone un interés, sobre todo al tratarse de un thiller presuntamente “original” y no manufacturado por Hollywood. Y ahora es cuando la pose “anti-sistémica” del cine norteamericano se viene abajo: por mucho que intentemos luchar con las grandes multinacionales yanquis, no podemos hacerlo con películas como la que nos ocupa, sobre todo porque si se comparan con cualquier producción estadounidense, está a años luz tanto en originalidad como en diseño, dirección artística o guión. Bien está que se intente dar una alternativa a la comercialidad de Hollywood, pero ofreciendo otras cosas, más originales y mejor hechas.
Es algo desesperanzador que el director de la originalísima “Sandman” (en nuestro país, “Chantaje en Berlín”), una magnífica revisión al cine negro de toda la vida, ahora caiga irremisiblemente en todos los tópicos más manidos de este género, psicópatas incluidos y desarreglos sociales varios: el policía con problemas familiares, la disgregación social debido al egoísmo, los bajos fondos, cada vez más infernales, las estructuras de poder caducas y deshumanizadoras, la luz de esperanza que asoma entre tan desolador panorama… son algunos de los elementos sempiternos y obvios de este tipo de filmes que se repiten burdamente en “Solo para clarinete”, sin excusa alguna, y sencillamente, a lo bruto. Un maduro policía de vida matrimonial nefasta, investiga un crimen brutal en el que el asesino ha matado a su víctima golpeándolo en la cabeza con un clarinete y en su investigación descubrirá a una presunta testigo de la que se irá enamorando, buscando en ella el amor que le falta…
El ritmo de la película es completamente irregular, llegando a cansar en muchos casos, y la estructura argumental es tan previsible, que aburre por su simpleza, por no hablar de unos diálogos ridículos y unas interpretaciones de verdadera opereta –especialmente sangrante la del veterano Götz George, inexplicablemente convertido en poco menos que esquizofrénico injustificadamente a cada plano del film-. Los pocos aciertos parciales del film se deben a parafrasear “thrillers” de los ochenta y noventa en el cine americano, y es que si nos queremos enfrentar a la abrumadora comercialidad de Hollywood, hay que ponerse al día.
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