A pesar de las posibles discrepancias artísticas que uno pueda tener con Greenaway, no cabe la menor duda de su capacidad artística y aún más, de su capacidad para extrapolar toda una creación en el lenguaje cinematográfico. Sus primeras obras “Zoo”, “El vientre del arquitecto” o “El contrato del dibujante” supusieron una auténtica ruptura en los modos narrativos del séptimo arte a principios de los ochenta, y la incursión de técnicos de fotografía –casi reciclados en verdaderos pintores- o músicos como Michael Nyman hicieron proliferar un nuevo medio de expresión artística tan interesante como insólita en su resoluciones y planteamientos. Pero como suele pasar, la febril actividad artística de Greenaway –que no sólo incluye el cine, sino también la videocreación, el teatro, la fotografía, y la pintura- fue menoscabando cada vez más profundamente su cine, hasta llegar a filmes con una impresionante puesta en escena, unos ampulosos recursos dramáticos visuales, pero carentes de historia o guión. “Conspiración de Mujeres” o “Prospero’s Book” terminaron de cimentar el ostracismo en la producción de este inquieto artista británico.
Pero ahora, en su afán por la investigación en la creación, se ha centrado en un personaje tan singular como controvertido: Tulse Luper fue lo que podríamos llamar “un prisionero profesional”, ya que estuvo buena parte de su vida en prisión, donde imaginó, al modo de San Juan de la Cruz, todo un mundo imaginario de personajes, reflexiones, objetos y animales, que fue trasladando a una compulsiva obra pictórica y escrita a lo largo de toda su vida. Recuperando dicho material, Greenaway quedó fascinado por dicha personalidad, ha decido recrear su vida en una trilogía de largometrajes –este es el primero y engloba la vida de Luper desde su infancia hasta su encarcelamiento durante la Segunda Guerra Mundial-, varios capítulos para la televisión, varios DVD, libros, una web e incluso una exposición itinerante para asomarse al particular universo de Tulse Luper, una especie de “Sherezade” que lograba encandilar a sus carceleros de las maneras más sutiles. Como obra cinematográfica, tiene una vigencia relativa, ya que Greenaway utiliza todo tipo de narraciones, desde las más clásicas y lineales, a las más rompedoras, pero incluye en este film todas las claves de su personal cinematografía, llena de tics y los más innovadores elementos visuales que se ponen al servicio de la auténtica vocación de Greenaway y de casi todos los artistas que se precien: provocar.