Enmarcada en el tono de realismo social, el director Fernando Huertas, tras un dilatado paréntesis de quince años, ha abordado su segundo largometraje con una mirada irónica y mordaz la actual situación de precariedad laboral para muchos que no encuentran la forma de mejorar sus vidas, y las de sus familias. Y digo lo de las familias, porque este film, de vocación modesta, pero efectivo y contundente a la hora de airear muchos problemas sociales, es eminentemente, familiar; tanto a la hora de realizar la producción -como comedia coral, heredera de la sempiterna tradición española berlanguiana, los actores encajan como las piezas de un rompecabezas, sin sobresalir ninguno, y saliendo todos a la vez-, como a la hora de articular un guión que orbita sobre la mejora en las condiciones económicas vitales y existenciales, con un planteamiento que ya ha sido cacareado a los cuatro vientos en los medios de comunicación: la elección de una quiniela -que tiene el resultado crítico del famoso encuentro Barcelona-Villareal- como una tabla de salvación a la hora de jugarse la fortuna del grupo de amiguetes de un bar de barrio. .

Con un guión imaginativo y salpicado de las mejores notas de comedia que este sub-género requiere, Huertas logra conectar con el espectador -como sucedió en la pasada edición del Festival Iberoamericano de Huelva, donde obtuvo el Colón de Oro del público-, en tanto en cuanto sus personajes no son en absoluto planos, y no paran de moverse, como un pez que busca desesperadamente algo de agua cuando le sacan al aire y no puede respirar: desde el borrachín que intenta ahogar sus penas conyugales -pero que a la vez cuida de su hija como el que más-, hasta el auténtico y entrañable sinvergüenza -pero que mantiene en su casa, a regañadientes, por supuesto, a su suegro, al novio de su hija y a quien se presente por la puerta- o el anciano venerable tramoyista de un teatro -pero que es capaz de ser el más pilluelo de la banda-. Una galería soberbiamente trazada con pulso y firmeza para desembocar en un retrato agridulce de la sociedad que nos rodea, la de verdad, con todas las parafernalias triunfalistas y tecnocráticas simplificadas de la ecuación. De hecho, el mismo azar que les ha hecho llegar a esa situación económicamente deprimida, va a ser en el film el que se va a encargar de sacarlos de ese mundo de necesidades tan rayano en la pobreza.

La correcta factura podría haberse mejorado, en cuanto a la estética, teatral a veces, pero se compensa con una excelente banda sonora creada por el mítico Asíns Arbó -que trabajó con Berlanga, Ferreri y demás- y el cada vez más pujante Antonio Meliveo. En definitiva, un producto, que sorprende por su excelente guión y encandila por su honesta -pero efectiva- modestia, tanta como la de sus personajes.