La ruptura de los tópicos más cerriles siempre ha sido uno de los catalizadores más refinados para la comedia: reírse de uno mismo, de las cosas que pueden pasarle en una serie de situaciones no sólo resulta divertido, sino que además casi puede suponer una terapia para conocernos mucho mejor y evolucionar en nuestras propias vidas. Basada en las experiencias que el realizador hindú instalado en Hollywood, Shekhar Kapur –que también es productor del film-, el film es una sardónica visión tanto a los tópicos de la sociedad norteamericana, fustigados sin piedad, como a los tópicos de los inmigrantes hindúes en occidente; nadie se salva de la pira incendiaria, donde sin compasión se ridiculizan hasta el extremo todas las vivencias posibles en este complejo universo de la búsqueda del éxito. Utilizando además una serie de “claves” propias de “Bollywood” –las superproducciones hindúes, de lo mas “kitsch”, con musicales realmente chocantes- y otras tantas del clásico mundo de “Hollywood”, la película es una rara avis de lo más exótico, con una serie de pautas que hay que seguir para no perderse, y lo que es más importante, para que no resulte ridícula.
El planteamiento argumental del que arranca, es de lo más simple: un inmigrante llega de Nueva Delhi a Nueva York para vivir el llamado “sueño americano”, que según el compatriota que lo recibe y que trabaja en un restaurante hindú, “lo llaman así porque solo se puede vivir cuando estás durmiendo”. El caprichoso destino lleva al protagonista a entrar en la industria de la pornografía, conociéndo a una encantadora chica que lleva una doble vida, y que le contará una serie de secretos que convenientemente filtrados por la aureola mística y tópica que tienen los hindúes en Estados Unidos, le convertirán de la noche a la mañana en el “gurú” –guía espiritual- más importante de la ciudad por el que los ricos y famosos se pelean y pagan miles de dólares. La búsqueda de ese éxito, así como la búsqueda personal de cada uno de los protagonistas del film, hace que tenga un carácter mucho más profundo de lo que pudiera pensarse, aunque todo ello esté insuflado de un tono de comedia realmente descacharrante, y donde entraremos también en el particular universo y narrativa del cine hindú, con una serie de números musicales ubicados dentro de la historia que además de resultar encantadoramente “naïfs”, hacen avanzar la historia. Lógicamente, muchos no estarán acostumbrados a estas licencias, con lo que hay que elogiar el arrojo de la realizadora a la hora de encajarlas dentro de la estructura narrativa convencional de una película, fustigando sin piedad la visión de “souvenir” que los norteamericanos pueden tener de oriente, y la visión falsamente grandiosa que los orientales tienen del “país de las oportunidades”. Muy divertida y original.