“La pérdida de valores en la adolescencia es un tema preocupante en la sociedad contemporánea”; Esta aseveración a todas luces negativa, preocupante, y de una enorme negrura en el horizonte de la juventud, gracias a los Hados se ha ido superando día a día, demostrando que existen toda una escala de solidaridad, entrega, y coherencia en la juventud, exteriormente díscola y frívola, pero íntimamente concienciada no sólo con los problemas inmediatos de su entorno, sino con las “grandes causas” que pueden marcar el destino de la humanidad –aunque suene así de grandilocuente-. La única diferencia con respecto al pasado, es que los métodos que se siguen para conseguir esos fines “altruistas”, no son siempre los más ortodoxos. Este es sin duda el mensaje que lanza con gran sutileza el director, a través de su protagonista, Silvia, una jóven y prometedora pianista que en vez de buscar la fama y posteridad a través de su virtuosismo musical –cosa que empieza a conseguir en su trayectoria en ciernes-, lo hace a través de un insólito sacrificio, en el que se auto inmola para donar sus órganos a gente que lo necesite.
Aunque los derroteros de la película podrían haberse tomado hacia un melodrama fácil, la habilidad del guión consiste en mostrar de la manera más simplista la vida de los tres “receptores”: una chica ciega que recibe las córneas, un chaval que vive peligrosamente en el filo de la delincuencia que recibe el hígado, y un padre de familia en paro que recibe el corazón. Los tres tienen ese “regalo” de la segunda oportunidad vital, prolongando la anónima existencia de su benefactora en tres dispares existencias tan enriquecedoras como marcadas por las historias previas de la donante y los receptores. Esa crónica diaria, subrayada con un tono documental, se solapa con la medida del pensamiento de Silvia, que narra a la cámara todas sus vivencias y motivos antes de su suicidio para, posteriormente, realizar la donación múltiple. La factura está muy bien encajada en el sistema de video digital utilizado –que para nada menoscaba el regusto cinematográfico-.
Esa búsqueda del sentido de la vida, es la reflexión maestra de la película, que en su modestia, provoca un auténtico revulsivo existencial en el espectador, pero de la forma más efectiva que uno pueda imaginar: sin tomar un febril partido en las historias, sino simplemente, mostrando los hechos tal y como son, desposeyendo de cualquier característica moral a esas ambiguas existencias en las que más de uno puede verse retratado. En cuanto al trabajo actoral, señalar el excelente trabajo de la joven Bárbara Goenaga, -“Silvia”-, que curtida en la televisión vasca, aquí recrea a una problemática y entrañable adolescente que tras una crisis existencial, encuentra su razón para vivir, y para morir.